
Hoy es lunes y lo mejor de todo es que mi capacidad adivinatoria, mi intuición o mi razonamiento lógico no me fallaron porque logré hacer en un noventa por ciento lo que me pidieron, solo quedaron dos detalles que corregí muy rápido. El jefe está muy contento y yo estuve aliviado momentáneamente, pues me volvió a dar otra tarea y tengo que volver a aplicar la táctica que tan buen resultado me dio. Claro que no debo confiarme, pues pudo ser la suerte del principiante y tengo que concentrarme bien para volver a adivinar. Yo estaba de muy buen ánimo y cuando el colega alemán que quiere hablar español me vino a buscar para ir al almorzar tuve que contenerme porque me dijo sin ruborizarse: “Quieres venirte conmigo en la cantina”. Aguantando la risa le rectifiqué su oración y como él entiende bastante bien el español aproveché mi buen humor para hacerle un chiste. Cuando me preguntó por el fin de semana le dije con cara seria lo que me había sucedido como si fuera verdad. Le conté que me había hecho amigo de un chofer de bus español que casualmente me llevaba a la ciudad y conversábamos mucho durante el trayecto. Ya teníamos bastante confianza para abordar temas de mujeres hasta el punto que me confesó pasando por las afueras de un cementerio que todos los domingos a las nueve de la mañana venía una muchacha amiga de el a ponerle flores a su abuela. Cuando le indagué por la particularidad de ese hecho, me respondió en tono bajo y lujurioso haciendo las curvas con las manos que la super agraciada muchacha también hablaba castellano y era tan devota católica que si se le aparecía Jesús Cristo ella era capaz de todo. El “de todo” lo dijo el chofer abriendo los ojos y arqueando las cejas. Estábamos sentados en la cantina almorzando un Schnitzel mit pommes, que es bistec empanizado con papas fritas y noté que mi interlocutor alemán paraba de comer para escucharme mejor. Yo seguí con mi historia confesándole que no pude dormir el sábado y que me levanté inventando una túnica de sabanas y una barba postiza que me probé para parecerme a Jesús. El alemán me miró serio creyendo mi cuento al dedillo y cuando me preguntó si había ido se notaba el deseo de mi respuesta afirmativa. No le dije nada y seguí con la historia hasta esconderme detrás de una tumba y esperar a las nueve. Llegué incluso a pensar que el chofer me había tomado el pelo, pero a las nueve en punto se apareció una rubia despampanante altísima y tan sexy que mis rodillas comenzaron a temblar. Cuando la tenía a menos de cinco metros di un salto y caí frente a ella y le hablé en español con el acento más raro posible: “hija mía, he oído tus suplicas y vine a premiarte”. La muchacha sorprendida y emocionada se tiró a mis pies dándole las gracias al señor “Gracias dios mío, gracias, has oído mis súplicas, gracias, ¿qué quieres que haga por ti mi salvador?”. “Te quiero premiar con sexo hija mía, hagamos el amor” le dije y al alemán se le trabó una papa frita que hasta tuve que darte dos golpes por la espalda. “Por dios Jesús, que cosas me pides, me sorprendes, pero no puedo negarte nada” dijo la rubia. “Haces bien hija mía” le decía y el alemán temblaba “El sexo es un regalo de los dioses y la mejor de las experiencias, te voy a llevar al cielo porque nadie lo merece más que tú”. “Si, si mi señor, eso, eso, el cielo”, la mujer estaba emocionada “El cielo, el cielo, contigo lo que sea mi señor, pero tengo un problema y creo no va a ser posible”. “Habla hija mía, todo es posible en el reino de Dios, cuéntame porque lo dices” dije. “Mi señor, tengo la menstruación y sangro muchísimo, pero ahora pienso que podrías hacérmelo por atrás. ¿te molestaría que fuese por detrás? Entendería si no puedes”. “Oh hija mía, todos los caminos conducen al señor, es verdad que eso no lo esperaba, pero dios todo lo puede, será por donde dios quiera. Vamos para arriba de aquella tumba en la esquina cerca de los matorrales”. El alemán quería más detalles, pero le dije que por respeto a la muchacha no le daría detalles, aunque si le podía confesar que fue un sexo brutal de tres veces seguidas que debieron revivir a más de un muerto de los que allí sobraban, con pausas donde la muchacha demostraba que con la boca además de comer y hablar se pueden hacer maravillas. El problema resultó que sin más energías que quemar y con los deseos animales aplacados me entró un cargo de conciencia brutal por mi conducta indeseable y quise sincerarme a pesar de arriesgarme a una escena muy penosa. Le dije entonces a mi compañera de locura: “Discúlpame muchacha, me siento muy mal conmigo y contigo porque te he utilizado, he mentido”. “Eso es imposible mi señor, tú eres perfecto y más con lo que me has hecho gozar, me has hecho comprender la verdad del universo, no señor, me has llevado al cielo, eso es una verdad, no has mentido cuando me lo prometiste” la muchacha muy contenta no paraba de hablar y tuve que interrumpirla “Atiéndeme bien, mira, sí te he mentido y me arrepiento, debo ser sincero, yo no soy Jesús Cristo” y me arranqué de un tirón la barba que había resistido los embates de las peleas. “Eso no importa”, me dijo ella sin darle importancia a mi sinceridad, “todos mentimos, incluso yo, yo también te he mentido” dijo ella y el alemán soltó el “¿cómo pudo haber mentido?, ¿no tenía la regla?” y ella le respondió a él y a mí: “Yo te he mentido porque yo soy el chofer del bus”. Cuando terminé me empecé a reír y al rato me di cuenta que el alemán estaba seriecísimo y hasta le pregunté si no estaba gracioso. Me di cuenta entonces que él se lo había creido como una historia real y que me miraba con cara rara. Tuve que gastar una hora convenciéndolo de que era apenas un chiste que no era verdad, pero creo que no me cree y hasta camina alejado de mí y con la espalda siempre para la pared imaginando que sí fue cierto. Debe ser lógico ahora que lo pienso mucho porque cuando veía la televisión en los hoteles a veces sintonizaba programas humorísticos y veía al público por los suelos de la risa con chistes que no me parecían nada de especial. Es sin dudas un problema cultural, pero la culpa la tuvo mi colega porque él fue quien me preguntó si quería venirme con él en la cantina, pero el mal está hecho ya y vamos a ver si me vuelve a hablar. Por cierto, su invitación a venirme con él en la cantina ¿la habrá dicho en serio? Eso sí que me pone a pensar. Quizás el que tenga que andar con la espalda contra la pared soy yo .