
Hay días terribles y no me gusta renegar de ellos por indeseables que sean, pues de alguna manera si no experimentara el más profundo dolor de la tristeza, no podría valorar el momento especial de la alegría y quien nunca ha estado solo, no sabrá lo que es la compañía. Este invierno frío he aprendido a valorar el buen tiempo en verano, el mismo que nunca pareció especial cuando cada fin de semana podía convertirse en un día de playa. Pero hoy es un día malo, aunque sea sábado y lo intuí desde el inicio cuando del cartón de leche no salió un líquido blanco sino una pasta negra como el chapapote que por cada cucharada de azúcar que le añadía se agriaba y se endurecía hasta volverse un bloque sólido que tuve que botar en la basura. Desde que compré el televisor usado no lo he visto bien todavía y no es porque no tenga tanto brillo y que los colores no sean tan nítidos. En casa del viejo que me lo vendió se veía bastante bien y no me importó que el equipo marca GRUNDIG tuviera más de diez años, ni que el control remoto fuese del tamaño de un ladrillo. El problema era de la antena y después de comprar una parábola no encontraba la posición del satélite por ningún lado. Decidí entonces visitar un negocio del pueblo que había visto hacía unos días donde se dedicaban a antenas e instalaciones inalámbricas. No me gustó de la manera que me atendieron porque no le dieron la menor importancia a lo que les dije. No fueron groseros ni me faltaron el respeto, pero noté en la mirada, en los gestos y en el tono de voz del hombre que me atendió que yo le molestaba. No lo entiendo y lo único que me lo puede explicar es que yo sea extranjero, porque eso, incluso sin hablar es imposible de ocultar, ya si abro la boca solo confirmo lo evidente. El hombre me dijo que no tenía tiempo para resolver mi problema y hasta con cortesía mal fingida me pidió sus disculpas falsas. De nada me sirve que piense que su negocio haya perdido un cliente porque le iba a pagar su trabajo, ni que intente convencerme que el hombre me dijo la verdad. Me imagino que la ira que me evapora la sangre en las venas y me da ganas de gritar pasará en algún momento. Tengo que acostumbrarme a ese tipo de agresiones solapadas e indirectas, porque son las que más duelen y las más difíciles de contrarrestar. Prefiero la agresión cubana, que es directa, aunque sea violenta, porque todo el conjunto es armónico y transmite la misma idea. Aquí no, pues con la mayor de las sonrisas te insultan sin denígrarte, te minimizan sin ofenderte y te rechazan sin agredirte. Es duro y aunque el diablo que habita en mí me grita que les parta a pedradas la vidriera y le pinche las gomas al auto con el emblema del negocio, no lo voy a hacer. Esto es también lo que me toca y es un precio a pagar. Olvidar si no lo haré, y es imposible pues cosas como esta me muestran mi verdadera vida de soledad actual, que sigo prefiriendo a la mentira de la muerte lenta y acompañada de los míos que tenía en Cuba. Estoy mal, como el día terrible que tengo y deseo escupir mi grito de rabia, pero me sale un buche amargo y silencioso que me trago con los labios mordidos y los dientes apretados. Me gustaría poder reírme de mis desgracias como casi siempre, sin embargo, hoy la ira no me lo permite de la misma manera que quisiera salir corriendo y no parar hasta llegar a mis sueños, pero me quedo clavado en la tragedia de una inmovilidad inoportuna. No importa si camino por el bosque o visito parques de juegos porque el ruido de las voces infantiles se vuelve silencioso y en los cantos de los pájaros solo descubro el graznido de cuervos que me asustan con su grito de burla. Es solo un día malo y las cosas estarán sin dudas bien, aunque el actual mediodía soleado sea para mí una noche oscura sin final momentáneo. Lo que más me rejode es que no tengo un pedazo de costa ni la novia que siempre me espera y que nunca me niega una caricia. Si pudiera sumergirme en una de ellas, o en las dos, para que con sus mareas de movimientos salados, me arranquen por una temporada toda la tristeza que me domina en este jodido día malo. No importa y todo pasa, la leche volverá a salir blanca de sus cartones, los niños a reír en los parques, los pájaros cantaran por encima de los cuervos, yo echaré a andar nuevamente con sangre líquida y roja en mis venas y el hijoeputa del negocio me dirá un día que sí para evitar su quiebra. Incluso regresaré un día a la costa que me espera, pero lo que toca ahora es sobrevivir este día de perros, aunque tenga que hacerlo solo, rejodidamente solo.