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REGRESO A ALEMANIA ¿ENTRETENIDO?

13 de diciembre de 2020

La segunda vez que regresé a Alemania desde Cuba el avión se atrasó cinco horas por problemas técnicos y en la espera conocí a una muchacha con muchas ganas de hablar. Le calculé más de veinticinco y menos de treinta, pero malvividos. Vamos a llamarla Celina, que no es su verdadero nombre, pero le queda bien. Celina no tuvo nunca 15 años. No me costaba nada escucharle su perorata para que el tiempo fluyera más rápido. En las cinco horas del retraso no hizo en total más de 20 segundos de pausa. Yo apenas articulaba monosílabos y ella ni me escuchaba. Me contó la historia de su pueblo natal y de todos sus habitantes desde que llegaron los españoles hasta que empezaron a dar el pollo por pescado. Para rematar tenía el mismo tono de voz que un cornetín chino de carnaval y las cuatro veces que fui a mear, me acompañó hasta la puerta del baño. Desde allí y entre gritos continuaba con la historia para que no perdiera continuidad. 

Pensé que descansaría de ella cuando se anunció el abordaje y una vez dentro del avión me alegré de viajar más cómodo con tres asientos libres para mí. Celina no demoró en aguarme la fiesta. Mi amiguito, voy a venir para acá contigo, así no estás solito y nos entretenemos conversando las doce horas de viaje, me dijo. La que se iba a entretener era ella. Le quise explicar que no me molestaba estar solo y prefería dormir, pero ella que debía ser medio sorda ya me contaba la historia de cómo conoció a su esposo alemán. Fue tan detallista que a las cuatro horas de hablar sin parar el esposo de Celina todavía no le había tocado una nalga. Para sobrellevar mejor la tortura me había tomado tres cervezas y cuatro vasos de whisky, entonces comencé a encontrar graciosa a Celina. A fin de cuentas, la muchacha no estaba tan fea nada, mas bien interesante.

De casualdidad descubrí que el interruptor lo tenía en la piel del muslo porque si se lo acariciaba, dejaba de hablar. El silencio del masacoteo de muslos y un poco más calentó el avión y a punto estuve de abrir la ventana para refrescar. Como yo no tenía nada de pudor y ya conocía toda la vida de Celina me abrí la portañuela y le saqué a Pancracio, que ya estaba loco por salir del calzoncillo. Eso Celina no lo contó, pero supe al momento que la música no era su fuerte. Desaprobó el toque de trompeta pues no sacó ni una nota afinada. Tal vez a los 10 mil metros de altura se le secaba la boca, los dientes incisivos los tenía muy grandes o no le cogía el ritmo a la marcha. Tres mordidas de glande más tarde la invité a meternos en el bañito del avión. Nadie es perfecto y quizas lo que falta en la boca, sobra en la cintura, pensé. Me dijo que sí al instante, pero con el ánimo del que se levanta a las 6 de la mañana para ir a trabajar. 

Escogimos el baño mas chiquito de todos y pasé un trabajo del carajo para encajar mi lanza en territorio Celina. Las turbulencias me tiraban contra las pareces, las aeromozas tocaban a la puerta y llamaban a la gente a ponerse el cinturón, la borrachera había vuelto todos los huecos muy borrosos y Celina no cooperaba. Tenía la cadera mas tiesa que la estatua de la libertad, si por lo menos hubiera dicho : Ay Papi, que rico, una sola vez me hubiese inspirado más. Así y todo, una turbulencia verdadera si me dió un empujoncito, mas bien un empujonzón porque me lanzó con violencia contra ella y se la metí hasta los mismísimos mameyes. Solo escuché de ella un ligero «Ups»  y lo acompañó de una sonrisa feliz porque ya podría volver a conversar. Cuando regresamos a los asientos me empezó a contar la película El Acorazado Potenkim y me dormí.

Al llegar al aeropuerto de Frankfurt, me pidió que la ayudara con el alemán en el control de pasaportes y accedí. Había dos casillas para los no comunitarios y pocas personas. Buenos días señores, sus documentos por favor, habló el funcionario en alemán y le entregué los pasaportes cubanos como si fuéramos una pareja. ¿Qué dice el hombre, que dice?, dime, dime que dice, preguntaba Celina ansiosa. solo me pidió los pasaportes, quédate tranquila muchacha, le dije. ¿Viven ustedes en Alemania?, preguntó el policía alemán. Sí, vivimos aquí –respondí. ¿Qué fue lo que te preguntó ahora, dime, dime, hay algún problema?, dime todo lo que te dice, Celina se intranquilizaba de no entebder. Me preguntó si vivimos aquí, ¿qué problema va a haber?, todo está bien, relájate muchacha, que no estamos en Cuba, le hablé bastante incómodo. ¿Desde donde viajan?, preguntó el alemán y se rascó la frente. Desde la Habana, Cuba, respondí sereno. Ahora sí que hay problemas, yo lo sabía, hay problemas ¿qué pasa con Cuba? Cuéntame, cuéntame, ¿Qué quiere saber ahora el policía?, jodió Celina y quise mandarla para casa del carajo, pero la ignoré. Mujer, el solo quiere saber de dónde venimos, me tienes nervioso, cojones, le dije encabronado.

El funcionario entonces cambió la cara seria y comenzó a hablar conmigo en tono personal y en idioma extraño para Celina. Ahh, Cuba, yo adoro Cuba, la he visitado varía veces que he perdido la cuenta. Lástima que la última vez que estuve allá tuve muy mala suerte, Me hice novio de una muchacha que no era tan bonita ni estaba tan buena. Pero eso no me importó, lo peor resultó que se metía el día entero bla, bla, bla, sin parar. Me vuelve a dar dolor de cabeza de recordarlo. Si por lo menos hubiera sido una leona en la cama, pero por Dios, que templeta tan aburrida, el palo de la muerta. El peor que he tenido en mi vida, incluyendo reencarnaciones, se confesó el policía alemán

Ay mi madre, que estará diciendo, no entiendo ni papa, tradúceme, tradúceme, te ha dicho un montón de cosas, seguro hay problemas con la visa, tradúceme, tradúceme, Celina me jaloneaba por el brazo, loca por desprenderlo del hombro. Estáte tranquila Celina y cállate la boca que el alemnán te conoce, te conoce, te conoce, le dije…