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DISFRUTE

16 de octubre de 2020

Te vi a lo lejos aquella tarde y el deseo me susurró al oído que te habían hecho para mí. No pude quitar mis ojos de tu piel tersa, se me antojaba suave, atractiva. Quizás fue una hora, quince minutos o apenas segundos en los que imaginé el goce de tu posesión, no, no lo sé porque había perdido la noción del tiempo. Entonces el instinto me dominó y me acerqué a ti. Preferí creerme que me deseabas tanto como yo a ti y sin dejar espacio al rechazo te tuve entre mis dos manos y te coloqué a la altura de mis ojos, muy cerca de mi boca. No me equivoqué y te dejaste llevar. Tu aroma activó mis sentidos y  la acción de humedecer mis labios con la lengua se repitió varias veces. Tu esencia penetró en mis pulmones, rebosó mi torrente sanguíneo, se adueñó de mis células, revivió a mis papilas gustativas y me nubló el pensamiento. Solo quedaba el impulso de tenerte dentro de mi boca y de saborear cada gota de tu jugo. Pero primero necesitaba abrirte para poder llegar con mi lengua a tu carne cálida y lo logré con ejercicios de dedos, labios y alguna que otra mordida cariñosa. Desvanecidas las fronteras quedaste desnuda y contemplarte exaltó mi placer. ¿Acaso podría existir algo más deseable que tú? Imposible mezclar en proporciones perfectas la humedad con el perfume, la suavidad con el colorido o el jugo que emanabas con el justo sabor dulzón. Comencé a lamerte con la punta de la lengua mientras la caricia de mis dedos rozaba tus carnes. Vibraba de placer. Mis dientes se encajaron con cariño en ti y el jugo escapó libre, llenó mi boca de deleite y me arrancó un suspiro. Quise entonces jugar contigo y repetí todo desde el principio, una y otra vez, en un baile guiado por el ritmo de una boca masticando placer líquido. Cerré entonces los ojos para olvidarme de tus colores y concentrarme en tu aroma y te comí entera. Dedos, carne, lengua, pausa, dientes, jugo, labios, frenetismo, amarillo, hasta que toda tu esencia quedó dentro de mí. Al final quedó tu perfume en el aire, los restos de líquidos en el rostro y una semilla seca en mis manos. Mas fui insaciable y quise más, mucho más.

–¿Mami, me traes otra manguita criolla de las que compraste hoy en el mercado? Que rica estaba, yo creo que me voy a comer diez. –le dije entonces a mi madre.