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EL REGRESO DEL PAPALOTE

20 de noviembre de 2022

Ayer disfruté la Fantasía de Disney en el Cinecito del bulevar de San Rafael, mi abuelo sonreía con el baile de las hipopótamas mientras me tomaba de la mano. 

Empiné un cubanito detrás del Sírvase Usted de los Galápagos, de pronto una ráfaga se llevó a mi papalote para luego dejarlo morir tal vez entre las sábanas de algún viejo tejado.

Madrugué con el objetivo de caminar por una plaza atestada de gente, incluso merendé un bocadito y un jugo Taoro bajo un sol que chillaba consignas en aquel día de mayo.

Grité Seremos como el Che por la mañana, por la tarde, hasta viernes y sábados, al final esas palabras eran solo sonidos, perdido por siempre su significado.

Vi golpear a un hombre que deseaba vivir fuera de mi país, que también era el suyo, y tiré huevos sin entender de buenos y malos.

Escuché que el imperialismo yankee quería aniquilarnos, pero quien hablaba ​era el mismo que hundía la isla en el fango.

Hice tres horas de cola para ver una película argentina, hasta el cristal del cine se rompió en la molotera loca con el nuevo cine Latinoamericano. ​Después dormí y la acomodadora me despertó de un linternazo.

En el banco sus ojos hablaron un lenguaje distinto al de sus labios, pero faltó un beso que todavía corroe el pasado.

El humor del Acapulco convirtió mi miseria en carcajadas, se jugó mucho con la cadena, en cambio, el mono nunca resultó molestado.

Mi mejor amigo subió a un camión con destino a una guerra de africanos. La mina que allí pisó su pierna izquierda lo destruyó a él y a mi inocencia. Recuerdo su sonrisa cuando decía adiós vestido de soldado.

Una guagua aplastó las piernas a un joven que pude ser yo, resbalamos juntos, caí lejos, sin embargo su pie se coló debajo de las ruedas, tras el crack de los huesos, el asfalto se pintó de colorado.

Quise tomar un trago en la barra del Habana Libre, el portero me bloqueó el paso, luego gritó que como cubano yo no estaba autorizado.

Corrí hasta La Punta, se la llevan, escuchaba entre risas, la Lanchita de Regla huía de la bahía y salté eufórico cuando me imaginé del otro lado.

Manejé a extranjeros, vendí puros y en la discoteca del Comodoro, los tragos. Repetí mil veces la pregunta: ¿hasta cuándo mis sueños postergados?

Entonces regresé al banco a esperar, a inventar una historia distinta, la que terminaría con un beso, un simple beso con interrogación repetida, apenas un beso de un hombre enamorado.