Saltar al contenido

OJOS VERDES

29 de octubre de 2022

Se subía a la guagua con aire intelectual y se abrazaba al tubo de la puerta. Allí se quedaba con la vista perdida en la calle hasta que se bajaba tres paradas antes del final y yo entonces comenzaba a imaginar qué decirle al día siguiente. Tenía un pelo fino y no se podía decir que estaba buena, pero el buen gusto para vestirse la mejoraba y lucía apetecible. Sus inmensos ojos de esmeralda me provocaban una desazón rara, como si en ellos se escondiera una pregunta a punto de hacerse. Cruzamos las miradas por primera vez un instante antes de bajarse y en ese segundo puso en duda todas mis certezas. Al día siguiente me quedé al lado del tubo de la puerta. Casi huyo cuando la vi subir, Buenos días, le dije y me zambullí en el verde de sus ojos. Creo que respondió algo, pero como yo estaba metido dentro de sus ojos no la escuché. Yo a ti te conozco de algún lado, pero no recuerdo de dónde, dije. No había terminado de hablar y ya estaba arrepentido de mi estupidez. Se sonrió y aproveché para arreglar la metida de pata. Eso fue un chiste, dije con voz de locutor de radio y esta vez le arranqué un inicio de carcajada.

El encuentro de pocos minutos se volvió rutina. Conversábamos el tiempo que demoraba su viaje y cada vez que se bajaba de la guagua me asaltaba el deseo de seguir con ella. Mi instinto me gritaba que la acompañara, pero no quería llegar tarde a mi trabajo. Ojos verdes estudiaba Lengua y Literatura Española en la universidad y hacia unas prácticas en una editorial. La mañana que no subió a la guagua entendí cuanto la necesitaba y la siguiente vez que apareció me bajé es su parada. Caminé a su lado como si fuese lo más natural del mundo. El tono de su voz se escuchaba más alegre que dentro de la guagua. Me confesó que estaba casada y no era feliz. Su esposo era médico y cumplía misión en Venezuela, hacían diez meses que no se veían. Mi reacción ante su confesión fue un beso. Su boca tenía la textura y humedad perfecta y parecía que nos habíamos puesto de acuerdo para usar poco la lengua. Nos vemos mañana, le susurré con sus mejillas entre mis manos.

Al día siguiente pedí la jornada libre en el trabajo. Después de bajarnos en su parada fue ella  quien inició el beso. Esta vez los besos parecían distintos, como si no fueran suficientes para calmar la necesidad de fundirnos. Vamos a una posada, le dije bien bajito al oído para que tuviera la opción de actuar como si no me hubiera escuchado. Se detuvo, esta vez ella se zambulló en mí buscando mi alma. Tienes dos opciones, comenzó a hablar y la voz sonaba titubeante, siguió: La primera es que hoy no pase nada entre nosotros, que sigamos viéndonos, hablando, compenetrándonos, deseándonos, pero sin llegar al sexo hasta que yo logre liberarme. Cuando eso suceda sería como el Nirvana y lo cambiaría todo entre nosotros. ¿Y la segunda?, pregunté. La segunda es ir ahora mismo a la posada, también me encantaría, pero en ese caso será solo hoy y no nos veríamos más, dijo y me interrogó con los ojos más grandes que he visto nunca.

No esperaba esa prueba y me sentí incómodo. Medité unos segundos que es lo mismo que no pensar en nada. Tal vez su juego no fuese en serio y yo me moría de ganas de verla desnuda. La miré entonces y le dije lo que quería. Al día siguiente no se montó en la guagua y no la volví a ver más.