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ERES MI MUJER INCOMPLETA Y NO ME IMPORTA LO QUE TE FALTA

28 de octubre de 2020

A muchas personas les resulta difícil entender que para mejorar y crecer en la vida la clave en vez de poseer y acumular, consiste en prescindir y renunciar, de la misma manera que para subir en el globo hay que soltar lastre o para alcanzar las cotas más altas de meditación se necesita eliminar los pensamientos o para llegar la iluminación precisamos de excluir la sed de adicciones materiales de nuestra conciencia. El destino a su vez encuentra las maneras más curiosas de enseñarnos estas lecciones y en mi caso no pudo ser más interesante.

Fue en el año noventa y ocho cuando con la edad mágica de veintisiete, una buena amiga se había casado con un italiano y lo festejaba haciendo una fiesta a todo tren en una casa en Santa Maria del Mar. La casa era muy grande y llena de personas y familiares de mi amiga que nunca había visto. Había un patio amplio con un césped bien cuidado y allí íbamos a poner unas cuantas casas de campaña para pasar la noche, si es que la fiesta y la bebida en abundancia nos daba tiempo a descansar.
Entre los familiares más cercanos de mi amiga hubo uno, o más bien una, que me llamó mucho la atención. Era una mujer a la que mi amiga le llamaba tía pero no estuve seguro si era la hermana mayor de su madre o la hermana menor de su abuela, pero no quise preguntar porque era una indiscreción y porque no tenia la menor importancia. Estaba acompañada por un tipo obeso con cara de perro Bulldog y tendría unos cincuenta y tantos, aunque era difícil de adivinar los tantos porque combinaba un cuerpo bien cuidado con una selección acertadísima de la ropa a usar que le daban un aire juvenil interesante y apariencia de no haber sido usada en demasía en sus años mozos o por lo menos bien cuidada y nunca dejado rodar ponchada. Pero lo que más me llamó la atención, hasta el punto de haber notado mi mirada insistente y curiosa, fueron sus dientes perfectos de color blanco nieve que herían mi vista. Su sonrisa era adictiva y yo sin querer la buscaba para verle la dentadura fabulosa e inconcebible para una mujer de su edad. No insistí mucho porque mi interés era puramente estético y por respeto a mi amiga, de la que no estaba seguro de su reacción ante un espectáculo de tal magnitud. La tia, sin embargo, había notado mi interés y como mujer inteligente y valiente que era, se dejaba observar con trucos simples, que a pesar de ser bien conocidos por todos eran infalibles, como convertirse en una anfitriona muy preocupada por que los huéspedes la pasaran bien. No ocultaba por cierto su preferencia por nuestro grupo, donde nunca faltó la cerveza ni las cosas de comer, ni su mirada atenta donde descubría algún interés más allá que el éxito de la fiesta. Yo me ponía en un estado nervioso preocupado cuando ella se acercaba y me bastaba con deleitarme con el placer contemplativo de su sonrisa muchas veces solo para mí.
La noche fue larga y divertida e incluso llegué a pensar que había desperdiciado mas de una hora de fiesta para armar mi casa de campaña personal en una esquina escondida del patio, pero a las cuatro de la madrugada no quedaba nadie en pie. Todas las luces estaban apagadas excepto una música a bajo volumen y una hilera perfecta de dientes blancos mirándome desde la cocina. Imaginé que en mi exceso de alcohol veía visiones y decidí entonces tirarme un rato a descansar. Dando tumbos me dirigí hasta mi morada nocturna de esa noche y me lancé desde afuera de la casa de campaña con el zipper abierto hacia la balsa infalible como si fuera German Mesa a coger una línea entre tercera y short. Después de atrapar la bola en el aire, solo me levanté a cerrar el zipper porque a veces por la mañana me levantaba a todo tren y era mejor no dar un espectáculo incómodo de explicar.
Todavía no había terminado de festejar la jugada cuando el silencio de la madrugada fue interrumpido por el zipper abriéndose hacia arriba. Tenía los ojos cerrados y pude imaginar que había olvidado cerrar mi aposento y que alguna alma caritativa me hacía el favor de cerrarlo desde afuera, pero no era así porque cuando la cremallera de mi casa de campaña se cerraba, hacia abajo en este caso, hacía “rrrrrrrrr“ y el sonido de abrirse hacia arriba era “zzzzzzzz“ como lo que escuchaba en ese momento. Cuando abrí los ojos dije por inercia “apaga la luz“ porque las dos hileras de dientes perfectos dejaban el interior de la casa de campaña como un mediodía, pero lo único que logré fue que alumbrasen más porque entonces la tía abrió mas la boca con la carcajada en voz baja. Yo no sabía que hacer porque estaba mas que claro lo que quería esa mujer, esta vez vestida con una bata de casa sin ropa interior, bueno lo de la ausencia de ropa interior lo imaginaba, pero lo que si estaba seguro era que quería mas fiesta porque traía un vaso grande transparente y repleto de ron. Lo del contenido del vaso también me lo imaginé pero lo creí obvio por eso lo único que le dije fue que ya había tomado demasiado, que no quería mas alcohol. Entonces el mediodía se alumbró más aún porque la tía abrió mas la boca, aunque esta vez no era para reírse sino para sacarse toda la dentadura postiza y meterla en el vaso que en ese instante supe era de agua y no de ron. Solo pude decir “Ups“ y ante de cerrar los ojos se veía una luz indirecta y menguada que venía de los dientes en el vaso de agua en una esquina interior de la casa de campaña . Lo que sigue fue la vía que usó el universo para demostrarme que menos es mas. La tía se lanzó sobre la cremallera que como estaba horizontal no supe identificar si abría para arriba o para abajo, o si hacía “zzzzzz“ o “rrrrrrrr“, incluso fue difícil saber si era para la izquierda o para la derecha, o para el este o el oeste, porque en ese momento ya había perdido mi orientación espacial. El último recuerdo que tuve antes de dejar mi plano terrícola y llegar al Nirvana fue con una novia de dientes grandes, que con muy buenas intenciones y muy mala técnica me quiso regalar una canción de Kenny G al clarinete, pero después del tercer arañazo y la cuarta mordida salvé al glande de una herida indeseada y un trauma inevitable al mentirle y obligarla a que se agachara a jugar al esqueleto. Ella se alegró del cambio de estrategia porque lo salvé de una labor para la que no estaba preparada, además de que la escasez de emoción que le ponía era probablemente la causa de la mala técnica. Pero bueno, con la tía era otra cosa por muchas razones; la técnica era depurada; la entrega y emoción merecían el Grammy de música incidental de clarinete a las dos manos y la joya de la corona era la ausencia de los dientes. Un esclavo no puede entender el concepto de libertad porque nunca ha sido libre, ni la persona que no ha amado nunca realmente puede entender lo que es el amor. Por eso en ese instante entendí de golpe que el camino a el placer pleno tiene que venir de eliminar lo suplerfluo y quedarnos con lo necesario. Comprendí que la tia estaba incompleta y eso la hacía especial en su tipo, capaz de llevarme al Nirvana donde solo importa una cosa y todo lo demás no tiene sentido. Con el amanecer regresé al mundo material con un espasmo patada que hizo rodar el vaso con los dientes por la hierba. La tia corriendo salió por la dentadura y aprovechó para entrar rápido en la casa y evitar así ser descubierta en la mañana por comenzar. Me quedé en el mundo de los vivos pero semiconsciente trataba de entender lo sucedido. A las dos horas, después de recoger el tinglado de campismo me entraron unas ganas terribles de regresar al Nirvana y salí a buscar a la tía desesperado. Desde el portal de la casa miré a todos lados y la descubrí montada en el asiento del copiloto de un carro que partía. Me sonrió desde su fuga y esta vez los dientes fueron diferentes porque deseé que no estuviesen y porque tenían pedazos verdes de césped de donde habían caído. Le dije adios con la mano y me sorprendí de entender que la perfección de aquella mujer radicaba precisamente en estar incompleta.