Saltar al contenido

MUJER DE CARAMELO

6 de octubre de 2020

El primer año de la universidad fue muy duro, sobre todo porque tampoco le presté la atención necesaria. Dediqué mas tiempo a borracheras de vino espumoso y a fiestas en los Jardines de la Tropical que al estudio y eso me costó un merecido mundial de Cálculo. La prueba a finales de agosto significaba la cancelación automática de mis vacaciones, pero no me importó demasiado pues había tenido suficiente diversión a lo largo del curso. Yo mismo me autoimpuse un castigo ejemplar y me quedé solo en la beca de la CUJAE durante todo ese tiempo y reconozco haber aprendido lo suficiente para un aprobado fácil y digno. Una semana antes del mundial ya había terminado todos los ejercicios del libro y analizado dos veces toda la materia. Aquella noche y por primera vez en un mes salí a dar una vuelta bien ganada para refrescar mi cabeza llena de derivadas e integrales  dobles, triples y cuádruples. Caminando por los terrenos deportivos desiertos me pareció escuchar a lo lejos una música y unas luces entre las nubes del cielo que primero imaginé que eran una nave extraterrestre que venía a hacer contacto conmigo, pero luego lo descarté porque venía de la misma dirección del ruido. Al rato no tuve dudas de que pertenecía a un reflector de luz potente porque logré divisar el cono de luz en movimiento. Cuando llegué a los edificios de detrás del paradero de guaguas donde vivían muchos profesores me percaté que la fiesta era del otro lado de la autopista que iba hasta Pinar del Río, en el barrio del Palmar. La curiosidad me hizo cruzar la autopista desierta y guiado por el sonido atravesé varios matorrales hasta que llegué a una especie de plazoleta con un montón de gente siendo torturada por un ruido infernal de bocinas de mala calidad a un volumen desorbitado. Estuve caminando solitario entre  personas desconocidas saltando al ritmo de una música que imaginé tecno y que no me atrajo mucho por lo que decidí alejarme un tanto de los bafles para darle un alivio a mis tímpanos. Hacía un calor insoportable de los que hacen sudar estando quietos y a los pocos minutos se me acercó un muchachito de menos de veinte años.

-Asere, ¿te cuadra un rifle de ron Bocoy? Te lo dejo en cincuenta pesos porque me caes bien.

Me agradó la cara del vendedor y compré la botella sin chistar ni regatear por un precio que se me antojaba justo. También necesitaba un poco de alegría y algo de valor para intentar no irme en blanco en un terreno con cierta dificultad al ser totalmente inexplorado por mi. Cuando abrí la botella ya el muchacho había desaparecido y lamentándome de no pedirle ni un vasito plástico para no tomar a pico de botella como un borracho empedernido le ofrecí un poco de ron a los santos salpicando mis zapatos. La mancha húmeda de alcohol empapó la acera y sentí entonces subir un olor a caramelo que inundó mis sentidos. El olor a dulce  me sugirió que en el central Martínez Prieto hacían raspaduras y desee darme un trago que aplacara el exceso de saliva que dominaba mi boca y hacía que mi lengua saliese a humedecer mis labios resecos del calor. A punto de escupir y dudando si zumbarme el cañangazo a pico de botella un vasito plástico apareció delante de mis ojos.

-¿Tú no te vas a tomar todo eso tú solo, verdad? -habló una voz que me sacó de dudas acerca del origen del olor dulce, y no era el central azucarero.

Sin hablar le llené el vaso mientras la mulata despampanante de trencitas largas con algunos adornos color perla en el pelo se reía con carcajadas que retumbaban en su piel joven y tersa debajo de un vestido bien pegado al cuerpo que no dejaba dudas acerca de su figura fabulosa. Se dió un trago largo y seguido de un “Aaaaarrggggg“ y me ofreció del mismo vaso para que lo llenase, pero esta vez para mí.

-Lo compartimos. -No fue una pregunta, sino una afirmación que delataba su poderío impuesto.

Miré el vaso sin decidirme con deseos de acariciar sus manos bien cuidadas, repletas de anillos en todos los dedos y con uñas largas perfectas de color perla que combinaban con los adornos de sus pelos oliendo a perfume potente. Busqué la respuesta a mi indecisión en sus ojos alegres de caramelo azucarado y en su boca grande de labios gruesos y seductores donde debió utilizar todo un pintalabios completo del mismo color de su piel morena, pero que era identificable por el brillo atractivo.

-Toma no tengas miedo -dijo esta vez con una sonrisa de dientes blancos perfectos que mordían un chupa chupa de sabor a caramelo acariciado con movimientos tranquilos de la punta de su lengua de mamey colora’o.

Fue una buena decisión tomarme el trago porque mis sentidos se relajaron  e intenté conversar un rato. Le pregunté su nombre, pero sin hacerme caso me dijo que hablar no era su fuerte y me sacó a bailar. Bailando con ella entendí que una mujer que moviese sus caderas con ese ritmo tan pegajoso y sensual no necesitaba palabras. Estuve dos horas seguidas sin soltar mis manos de su cintura diminuta y apenas las dejaba resbalar para sentir la curva espectacular dominarme con su sandunga al moverse sabrosa con la música estridente. Las pequeñas pausas sólo eran permitidas con el objetivo de llenar el vaso plástico de combustible para  fomentar nuestras risas, alentar el traspaso de los límites en las caricias permitidas a desconocidos y derribar el miedo al rechazo cuando me lanzara a descubrir el sabor de su boca. Fue precisamente después del último trago que no pude reprimir mis deseos y encontré el sabor a caramelo dulzón en unos labios suaves y frescos y en una lengua húmeda y juguetona que tuve que compartir sin molestarme con el chupa chupa redondo e incombustible.

-¿Ahora que hacemos? -me dijo encogiéndose de hombros y dándole más importancia a la botella vacía en su mano que al beso acaramelado que me había dejado con ganas de repetir.

Mi timidez  había escapado con el sudor que empapaba mi camisa y sin preguntarle una palabra la tomé por el brazo y salí caminando del lugar en dirección a los albergues vacíos de la CUJAE. Ella se dejó llevar por mi ímpetu entre risas que me confundían porque dudaba sin importarme mucho si sabía de mis intenciones o pensaba que buscaría más ron. Sus carcajadas con la boca abierta expandían el olor dulzón que espantaba a los mosquitos delante de nosotros y me pregunté cómo era posible que el chupa chupa entre sus dientes siguiera intacto y todavía dentro de su boca a pesar de su risa constante.

Al llegar al cuarto de la beca olvidé que estaba solo y lo primero que hice fue revisar en los escaparates para  asegurarme de que no había nadie escondido para rescabuchar.

-¿Quieres comer o tomar algo? -le pregunté buscando entre todo el regimiento de latas de conserva y las dos botellas de Habana Club que tenía para sobrevivir mi vida impuesta de ermitaño temporal.

Su respuesta simple y genial fue quitarse el vestido pegado al cuerpo y regalarme su desnudez impresionante con un olor empalagoso a caramelo  que dominó mis sentidos e inundó la habitación. No estuve seguro si el perfume provenía de su sexo de color fruta madura o de la punta de sus pezones erectos y oscuros que me recordaron la superficie de un flan de leche. La iniciativa fue suya y no tuve dudas de que iba en serio cuando escupió el chupa chupa en una esquina. Con paciencia de sabio se dedicó entonces a mostrar la debilidad adictiva de su lengua en superficies duras y brillosas olvidando el chupa chupa por completo. La mulata de caramelo del que no empalaga hizo corta la noche de disfrute y agradecí a mis santos por el mundial de Cálculo, por mi castigo autoimpuesto, por los bafles que me dejaron sordo y por haber permitido la construcción del barrio del Palmar. Hubo pocas pausas que aprovechaba para disfrutar del paisaje perfecto de una mujer impresionante que pedía ser amada sin decir nada. Apenas bastaban unos minutos de contemplación para despertar la necesidad de tener sus pechos entre mis brazos, sus caderas junto a mis piernas y su lengua en mi boca. Los ciclos se repitieron interminables uno tras otro en la exuberancia de mis veinte años hasta que amaneciendo deseé dormirme abrazando su cuerpo desnudo y oloroso parar engañarme con la mentira de que era mía.

Al mediodía desperté con la sensación rara de que me faltaba algo y al girarme para abrazarla no estaba ni ella ni el olor a caramelo que no sentía ni en el chupa chupa olvidado en una esquina por mas que aguzase el olfato. Quise llamarla sin saber su nombre e imaginé que tal vez estaba en el baño, pero después de media hora de espera las dudas de su ausencia se convirtieron en certezas. Cuando quise aplacar con algo de comida él hambre atroz a mulata que me asaltaba, descubrí que no solo faltaba ella, sino toda mi despensa de latas de conserva, las botellas de Habana Club, mis mejores ropas y zapatos, el jabón la pasta y hasta unas sábanas y una toalla nueva. Me vestí lo mas rápido que pude con la única ropa que me dejó por compasión o por agradecimiento y salí corriendo hasta el Palmar con la esperanza de poderla alcanzar por el camino. En frente de la plazoleta de la discoteca vacía nadie me supo dar información de ella por mucho que la describí. Una anciana me preguntó por el nombre de la muchacha, pero solo pude contestarle que era una mujer de caramelo. Regresé esa mañana derrotado, sin embargo me propuse volver las siguientes noches cosa que cumplí a rajatabla en costumbre de búsqueda infructuosa que luego se convirtió en hábito de noches tristes. Quería decirle que me importaba un carajo el ron, la comida, la ropa o las toallas, se podía quedar sin problemas con todo, incluso lo merecía, pero que por favor regresara aunque fuese solo una vez más, que incluso volvería a llenar mi despensa y mis escaparates para ella, para volver a sentir el regalo adictivo del caramelo de su cuerpo perfecto entre mis labios y para volver a soñar que una mujer como esa podía ser mía.