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MUJER DE CUERO

11 de diciembre de 2020

Cuando llegué a la fiesta de disfraces vestido de domador de leones el olor a cuero recién curtido se coló dentro de mi nariz. Como un perro dominado por un rastro nuevo olfateé las esquinas de la casa en busca del cuero. Lo encontré media hora más tarde en la cocina. Se mezclaba con la yerbabuena de los mojitos. Asomado al marco sin puerta descubrí tu pelo largo debajo del sombrero texano. Los bucles negros te caían por la espalda demasiado corta. También creí que tus piernas eran largas, pero estaba equivocado pues te subías en una banqueta altísima para llegar con tus brazos cortos a la meseta. El olor a cuero venía de tus botas pequeñas trabajadas al detalle. Quise tocarlas, sentir la piel bajo mis dedos. Me sentiste, giraste de todo tu cuerpo y te observé de frente. ¿Quieres un mojito?, me preguntaste y respondí que sí. Tu rostro desproporcionado me agradó, quizá fue la risa o el desenfado con que reaccionaste a mi sorpresa.

Probé el mojito y no pude evitar un Mmmm de aprobación. Saltaste entonces de la banqueta con una mano en el sombrero y con la otra me agarraste mis dedos. Ven que te voy a explicar el secreto del mojito, dijiste y me dejé llevar por el olor a cuero. Tu sombrero texano me llegaba al pecho. Me senté en el sofá y te vi dar un salto para caer a mi lado. Me explicaste que el secreto del mojito era macerar los trozos de limón con cáscara y luego agregarlos al final con la yerbabuena. De esa manera la acidez de la corteza le daba un toque singular al trago. Me divirtió tu conversación y me sentí tan desenfadado que incluso te pedí permiso para acariciar el cuero de tus botas.

Asumías tu diferencia con naturalidad. Hasta hiciste chistes acerca de tu tamaño y de tu desproporción que no me hicieron gracia. Pensaste incluso que no tenía sentido del humor. El olor a cuero no venía de tus botas, confesaste y no te creí. Eras ingeniera pecuaria y trabajabas con vacas, dijiste entre risas, el olor provenía de tu piel. Tras el décimo mojito que me preparaste quise verte desnuda y te lo susurré al oído. Me ignoraste sin rechazarme e insistí tanto que los deseos de verte encuera se convirtieron en ganas de templar contigo.

Mi voz se hizo más dulce y mis manos ya no se conformaban con la caricia en la piel de tus botas de cuero. Saltaste entonces del sofá y con la respiración agitándose en tu pecho me tomaste otra vez de la mano y me llevaste a un cuarto oscuro. El sentido de la vista era innecesario, solo el tacto, el oído y el olfato. Imagino que te desnudaste porque el aroma a cuero explotó dentro de la habitación. Una energía me lanzó sobre una cama. Nunca comprenderé cómo una boca, unas manos y unas piernas pueden estar en distintos lugares a la vez. El perfume bueno viene en frasco pequeño, como si la esencia del placer se concentrara en menos espacio y por lo tanto se disfrutaba más.

En la mañana me sorprendió la luz de una ventana abierta. Quise aspirar el olor a cuero, pero no lo encontré. Me vestí y reencontré el rastro buscado, me llevó de nuevo a la cocina donde se mezclaba esta vez con el aroma de café recién colado. Intenté un beso en la boca y giraste el rostro. Espero que entiendas que lo de ayer estuvo bien, pero que fue apenas el revolcón de una noche, algo así como tomarse un helado o darse un gusto. No se va a repetir. ¿OK?, dijiste sin mirarme a los ojos y subida en el banco mientras fregabas la vajilla.

¿Me regalas tus botas?, te pregunté.