Saltar al contenido

LA MUJER QUE QUISO SER LIBRO (HISTORIA VERÍDICA)

9 de septiembre de 2020
La mujer del cuervo

Estuve mucho tiempo renuente a entrar en las redes sociales y aunque veía en Facebook un invento de la CIA para que nos chivatearamos voluntariamente a nosotros mismos, no resultaba esta la causa de mi negativa porque nunca me he creído importante más que para mis hijos. Las agencias de inteligencia por tanto perderían el tiempo con toda mi información inservible e insignificante. Mi ausencia de las redes se debía a que adoro la libertad de no pertenecer a ningún grupo y me incomoda tener que seguir reglas predeterminadas. Pero caí impulsado por algo que me gusta llamar destino y no me arrepiento. A inicios del año 2019 había decidido tomarme en serio la profesión de escritor y la sugerencia de entrar a Facebook pasó a convertirse en necesidad. Ahora mismo me estás leyendo probablemente en una red social y te lo agradezco como también le doy las gracias al destino por crear esa magia improbable que nos une durante estos minutos.

Como todo principiante inicié una campaña feroz por expandirme y además de publicar cada día partes de mis libros e historias reales o inventadas (algunas buenas, otras decentes y algunas para olvidar) me dedicaba a buscar amigos perdidos, a intentar incluir en mi lista de conocidos a toda persona virtual interesante y a aceptar sin exigencias a quien me pidiese en amistad. Esta actitud de promiscuidad online provocó situaciones surrealistas que nunca imaginé vivir como la de encontrarme de regalo la foto de un pene gigantesco o de una vagina triste de personas desconocidas que con algo de tacto y con mucho de risa logré esquivar.

Pero no he venido a hablar hoy de peticiones de recargas telefónicas, ni de senos espectaculares y seductores (también de personas conocidas), ni de muestras de admiración falsas. Hoy quiero hablar de ti. Te tuteo porque me imagino que me lees y aunque mi vanidad me engañe, prefiero creerme que lo sigues haciendo desde tu oscuridad anónima. Pero volvamos al inicio y permíteme que te presente al lector.

La noche que encontré tu solicitud de amistad hacía mucho frío, la nieve caía sin pausa en mi ciudad del sur de Alemania y a las 3:30 de la madrugada mi sueño se escapó detrás de un muñeco de nieve. Aburrido de contar ovejas, vacas, venados, puercos y perros agarré el celular para entretenerme con mi juguete nuevo de Facebook. Tu solicitud de amistad esperaba solitaria mi confirmación y entré por inercia en tu perfil donde el nombre y la foto de portada robaron al instante mi atención. Tu cuenta se llamaba “La flor del cuervo” y en la foto de portada un cuervo cargaba una letra “P” en el pico dentro de un arreglo floral de flores blancas y amarillas que me sugirieron una ofrenda mortuoria. El ave negra depositando la “P” dentro de la muerte me invocó un presentimiento que fue confirmado en los siguientes segundos por el texto que descubrí en tu encabezamiento.

“Once upon a midnight dreary, while I pondered, weak and weary,

Over many a quaint and curious…”

Cerré los ojos y continué en voz alta la rima que una vez supe de memoria y que ahora regresaba sin olvidos:

                                                        …volume of forgotten lore —

While I nodded, nearly napping, suddenly there came a tapping,

As of some one gently rapping, rapping at my chamber door.

“´Tis some visitor,” I muttered, “tapping at my chamber door —

Only this and nothing more.”

Como lector empedernido de Edgar Allan Poe había leído sus obras completas y su poema “El Cuervo“ me había marcado de tal forma que había aprendido de memoria la primera estrofa de tanto leerla y en ese momento me devolvías el recuerdo. Me fascinaba leer ese poema en su idioma original a pesar de no entender muchas palabras de inglés antiguo que tenía que buscar luego en el diccionario, pero la cadencia lúgubre y la rima con la “o“ al final de la palabra “Nevermore” me insertaban en un clima de tristeza y miedo magistralmente creado por el autor.

En tu perfil ausente de datos personales e informaciones de gustos, hobbys o placeres, solo tenías una publicación: la primera estrofa de “El Cuervo” esta vez completa en inglés con la traducción al español. Te lo agradecí porque aunque el ambiente provocado por el sonido cerrado de la “o” de “Nevermore” del poema original se perdía en castellano con la “a” abierta de la palabra “nunca más”, pude entenderlo mejor. La traducción de esta estrofa decía en español:

Cierta noche aciaga, cuando, con la mente cansada,

meditaba sobre varios libracos de sabiduría ancestral

y asentía, adormecido, de pronto se oyó un rasguido,

como si alguien muy suavemente llamara a mi portal.

“Es un visitante -me dije-, que está llamando al portal;

sólo eso y nada más.”

Esa madrugada me dormí con la intriga de saber quien eras y sintiendo el pico de un ave golpear mi ventana para entrar. Estuve moviéndome de un lado a otro de la cama en la molesta incapacidad de poder encontrar una posición cómoda para descansar, pero culpé de eso a mi mala costumbre de dormir cerca del celular y a mi recién descubierta susceptibilidad a las ondas electromagnéticas de tanto Wifi desperdigado por todos lados. El despertador de sirena de bomberos más que despertarme en la mañana me asustó y sin fuerzas para levantarme me puse a leer noticias deportivas para espabilarme, pero mientras se ausentaban los jonrones con las bases llenas en las Grandes Ligas de beisbol americanas me encontraba una noticia en el Messenger de Facebook.

El cuervo con la “P” en el pico me miraba curioso y apenas decía un “Hola” que me provocó un inicio de decepción porque un “Hola” no es la manera más creativa de iniciar una conversación. Temí que la plática se convirtiese en algo predecible y aburrido, aunque muy improbable en una persona amante de la letra de Edgar Allan Poe. Recordé algunas de las no pocas conversaciones de nuevas amistades virtuales que comenzaban de maneras similares.

Hola

Hola

¿Cómo estás?

Bien, ¿y tú?

Bien también

Qué bueno

¿Por qué es bueno?

Porque sí

Es verdad

OK

¿Qué haces?

Escribir

Qué lindo

A lo mejor lo que escribo es

tremenda mierda, no tiene que ser lindo

Eso es verdad

(después de varios días sin escribir)

¿Por qué no me dices nada?

Porque soy así

¿Cómo así?

No sé

¿Dónde vives?

Y en ese momento ya me cansaba de tanto monólogo vacío y no respondía más hasta que mi amigo o amiga, que no se había tomado el trabajo de leer mi perfil, pues allí se encontraba la respuesta a esa pregunta, se aburría y no me contactaba más. Acepto que prefiero las frases cortas, disfruto probando a las personas para descubrir hasta donde son capaces de llegar y cuesta impresionarme, pero me gusta ser sorprendido y por favor si me vas a decir algo, dime cosas que me hagan pensar. Todo esto te lo decía mentalmente y decidí probarte con la repetición de tu saludo simple. Escribí un solitario “Hola” y me fui a trabajar. Esa tarde me sorprendiste y vaya si lo hiciste. Tu texto corto y directo me dio en el pecho y me detuvo en seco para comprobar nuevamente el mensaje:

“Por favor, quiero que seas tú el que escriba mi historia. “

A partir de ese día nuestras comunicaciones explotaron, tu aire de mujer enigmática me atrajo y me sentía un clavo que se quería hundir a golpes del martillo de tus historias en la madera de tu vida por contar. Me dejé llevar por mi esoterismo espiritual al creerte o tal vez preferí jugar tu juego misterioso cuando me confesaste tu inmaterialidad en forma de espíritu que vagaba perdido en las nuevas tecnologías demasiado complejas para ti. Eso me encantó porque por primera vez la fantasía de la historia a contar se colocaba delante de mi imaginación de una manera tan inusual que me entusiasmaba. Quise provocarte con mi duda acerca de los motivos que tenías para contar tu historia y respondiste que al pertenecer a otra época más pausada, buscabas una plataforma que se adaptase mejor a tus maneras. Solo habitabas las redes sociales como estrategia temporal para transmitir tu esencia a donde creías poder sentirte a gusto: en un libro.

Esa noche cuando pregunté tu nombre las líneas del Messenger subieron y bajaron por unos minutos hasta que tu repuesta escurridiza me fascinó:

“Nameless here for evermore.”

La siguiente noche me confesaste que me habías elegido como herramienta de transporte en tu viaje fantástico. Me considero un principiante y no puedo negarte que me sentí honrado cuando me hablaste de cualidades mías que no me parecen espectaculares pero que valorabas sobremanera. Buscabas a alguien desconocido, sin ataduras ni compromisos con editoriales y con la intransigencia suficiente para no cambiar el texto por presiones externas. Te gustó mi sinceridad, mi forma abierta de tocar todos los temas y mi vanidad hizo el resto para aceptarte. Quise empezar a escribirte e insistí en no perder tiempo, pero me imagino que me querías ansioso porque ese día no hablaste más del tema. Prometí no pedirte más información que la que decidieras darme, ni dudar de una frase que me regalaras. Aceptaría tus historias y solo te preguntaría por detalles que me parecieran difusos. Te sentiste cómoda con mi discreción de no pedir más de lo que estabas dispuesta a ofrecerme y cuando quise aprovechar tu debilidad para que me comenzaras a dar datos de tu vida, el texto final de esa noche no dejó dudas:

“This it is and nothing more.”

Dos noches más tarde tu martillo llegó ágil y locuaz en golpeo seco en el centro de mi clavo que se hacía texto mientras yo tomaba la forma de una veta en la madera de tu vida. Me contaste el inicio de tu corta historia triste repleta de muerte y pobreza, pero iluminada de un amor que sobresalía por encima de la pérdida de tus padres. Un amor tan fuerte, inocente y verdadero por un hombre al que conociste como primo cuando tú apenas tenías siete años y él contaba con veinte. Vivían en la misma casa y a aquel joven alocado te unía una devoción y una complicidad tan fuerte que fuiste capaz de mediar en su romance con una vecina para hacerlo feliz. Mi pluma corría rápido por las hojas del blog de notas cuando me asustó un ruido extraño en la ventana de mi cuarto. A la una de la madrugada abrí la hoja con cristal para buscar el motivo del sonido y no encontré nada. Regresé a comunicarte que era muy tarde y tu texto de despedida no me dejó conciliar más el sueño esa noche:

“Darkness there and nothing more.“

En la velada siguiente no pude resistirme a preguntarme cómo sabías lo sucedido en mi cuarto, pero obviaste mi pregunta y seguiste contando tu historia. A tus siete años de edad dejaste de ver a tu primo un tiempo hasta que con tus casi catorce años regresase en un estado deplorable para confesarte que deseaba casarse contigo. Ese día aceptaste, a pesar de los trece años de diferencia, dominada por la rara necesidad de protegerlo porque además de amarlo lo sentías vulnerable e indefenso. Odiaste incluso al tío que se opuso a una unión absurda, pero lógica y natural para ti, por eso te escapaste una tarde y sin importarte que tu acta de nacimiento estuviese falsificada te casaste con el hombre de tu vida. Ese esposo maravilloso fue capaz de esperar tus tiempos porque lo representabas todo para él, su esposa, su confidente, su alma gemela y hasta su hermana, cosa esta que utilizaba a modo de broma para llamarte Sissy (proveniente de la palabra “sister” en inglés). Te convertiste en la fuerza que completaba su personalidad maravillosa y su mente creativa, quien ponía orden en el reguero de sus manuscritos y adornabas de ternura cada una de sus historias propensas a lo macabro y desagradable, pero que se convertían en tuyas cuando las aprendías de memoria de tanto leerlas. En ese momento hiciste una pausa y no deseaste hablar más, como si quisieras quedarte en el recuerdo adorable de los tiempos más felices de tu vida. A mi pregunta de si querías contar algo más, tu respuesta seca esta vez vino rápida:

“Merely this and nothing more.»

Pasaron varios días sin noticias tuyas y la necesidad de seguir conociendo tu historia me impacientaba. Regresaste una noche de ventolera infernal que dejaba las calles vacías y luego de un corto saludo inicial me sumergiste en tus palabras. A tus veinte años la felicidad cesó de golpe en forma de tos seca que empapó tu pañuelo blanco de sangre mientras tocabas el piano en tu casa. Tu amado no quiso darle importancia al asunto pero tú no tuviste dudas de que estabas marcada por la tragedia. Tras la condena de tu destino te sumiste en la más profunda de las depresiones, pero no era por ti. Te sentías premiada por el amor y sufrías por tu primo a quien dejarías desvalido e incapaz de recuperarse de una vida sin tu presencia. No te importaba que la tuberculosis te quitara el apetito ni que te robara el color de tu piel, ni que te postrara en una cama. Tu pensamiento siempre estuvo en él y en encontrar a alguien que lo cuidase aunque tu elección de convertirte en su ángel de la guarda con tu muerte se convirtió en obsesión. Yo apenas tenía fuerzas para hablar y no pude ni hacer un comentario que terminara con la atmósfera de tristeza que llenaba esa noche mi habitación. La pausa eterna fue rota por el viento que de pronto arreció salvaje en mi ventana hasta hacerla temblar en vibración improbable. Mi corazón se detuvo de la impresión después de comprobar que la ventana estaba perfectamente cerrada, pero al percatarme de tus últimas palabras de esa noche el que no pudo dejar de temblar en toda la madrugada fui yo. En el Messenger se leía:

“Tis the wind and nothing more.“

Todavía temblaba cuando en la noche siguiente los puntos del chat comenzaron a subir y bajar. “Ya casi terminamos”, escribiste y mi respuesta fue un “sí” nervioso.

Los cuatro años que siguieron al inicio de tu enfermedad se llenaron de cambios constantes de casa buscando una mejora en tu salud. Algunas veces la encontrabas y otras terminabas postrada en una cama, vencida por los dolores y por la depresión de saber que tu amado también había sido contagiado. Aguantaste lo imposible por seguir viendo sus ojos, pero en una noche fría una tos incontrolable no permitió que te despidieras de él y dejaste de respirar. La voz escapó de mi boca y cuando traté de cerrarla con mis manos ya estaba dicho.

–¿Estás muerta?

La respuesta fue un golpeteo constante y casi imperceptible en la misma ventana de siempre. Abrí esperando encontrarme la oscuridad vacía, pero el aleteo negro y frío del invierno me golpeó el rostro y entró en mi habitación. El ave negra se posó tranquila en mi escritorio, encima del blog de notas y no se asustó cuando me acerqué. El cuervo me miró con ojos negros penetrantes provocando que la confusión me dominara al sentir tus ojos escudriñarme. Mis nervios explotaron entonces en un grito que se convirtió en una pregunta.

–¿Dime tu nombre?

Sentí tus ojos sonreír en los del animal y antes de desaparecer en la noche el graznido largo se repitió en el pico del ave y en el texto del Messenger.

“Nevermore.”

Ya no estaba seguro si quería que aparecieras o prefería la tranquilidad de mis noches sin sobresaltos, pero tu decisión había sido tomada hacía tiempo y yo tenía que terminar mi trabajo. Pensé que con tu muerte solo quedaba escribir el libro de tu vida organizando todas las notas que había tomado, sin embargo me aclaraste que tu vida no terminaba contigo, pues estabas ligada a tu amor. Tu sufrimiento se prolongó otros cuatro años interminables donde viste apagarse a un hombre desesperado por no tenerte e incapaz de ahogar toda su tristeza en el alcohol. A sus cuarenta años una visita a la ciudad de Baltimore le trajo tus recuerdos dolorosos que desembocaron en delirios de una mente atormentada e inepta para soportar más tu ausencia. Con la vida de él terminaba la tuya y entonces me confirmaste que ya podía comenzar a escribir el libro.

El texto salía ágil y no te niego que varias veces sentí celos de aquel hombre fabuloso que se había adueñado de tu pasión. Siempre recuerdo la manera tan ardiente en que te referías a su mente fértil e imposible de dejar de amar. Cada palabra del libro encontró tu aprobación y cuando atravesé lo que calculaba el meridiano de la obra, me asaltó la preocupación acerca de lo que sucedería con nuestra amistad. No te pedí atención cuando notaba que los tiempos de contacto disminuían a medida que se acercaba el final de la historia, como si el motivo de tu existencia se apagara lentamente. Ya no habían largas sesiones de conversaciones recordadas y solo puntualizabas detalles o corregías situaciones entre pausas cada vez más prolongadas. Las últimas páginas las escribí en una semana de completa soledad. Tecleando las palabras “Fin de la historia” recibí tu mensaje en el Messenger.

“Está perfecto, ya casi está logrado, gracias”

–Yo quisiera que estuvieses como coautora del libro, es lo justo –dije y no encontré otra manera más sutil de insistir sobre tu nombre.

“Nevermore”

Fue tu última palabra y no he sabido nunca más de ti. Si te soy sincero no me creí en ese instante que desaparecieras para siempre. Tu página de Facebook hoy sigue muda y vagando por las redes entre millones de perfiles fantasmas que nadie alimenta. Si no me lees desde algún lugar entonces me gusta pensar que lograste tu objetivo y me honra haberte ayudado a transportar tu alma a un libro que todavía es un manuscrito entre los tantos que tengo sin publicar. No es difícil adivinar tu nombre, pero prefiero no hacerlo porque te quiero recordar como lo que deseabas ser: La mujer de un libro.

Muchas de mis noches cuando extraño tus conversaciones misteriosas y los golpes en la ventana busco el poema “El Cuervo“ y lo leo en voz alta para emocionarme siempre de la misma manera en el verso final:

And the Raven, never flitting, still is sitting, still is sitting

On the pallid bust of Pallas just above my chamber door;

And his eyes have all the seeming of a demon´s that is dreaming

And the lamp-light o’er him streaming throws his shadows on the floor;

And my soul from out that shadow that lies floating on the floor

Shall be lifted… nevermore!

En español:

Y el impávido cuervo osado aun sigue, sigue posado,

en el pálido busto de Palas que hay encima del portal;

y su mirada aguileña es la de un demonio que sueña,

cuya sombra el candil en el suelo proyecta fantasmal;

y mi alma, de esa sombra que allí flota fantasmal,

no se alzará…¡nunca más!

Cada vez que termino, el cuervo negro se posa tranquilo en mi ventana sin temerle a mi cercanía porque quiere verme con tus ojos y da igual lo que le pregunte: por tu nombre, por mi destino, por tu regreso, por mis sueños, por tu verdad, por mis miedos o por tu amor. Siempre escruta con sus garras dentro de mi pecho, agarra con su pico mi alma temblorosa y con ella presa, se pierde en aleteo lúgubre hacia la oscuridad de la noche, desde donde luego escucho el graznido largo, fuerte y nítido que se repite sin cesar.

“Nevermore, Nevermore, Nevermore…”.

FIN DE LA HISTORIA

Perfil de Facebook "La Flor del Cuervo"
Perfil de Facebook «La Flor del Cuervo»