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MUJER DE MADRUGADA

7 de diciembre de 2020

Cuando muy cerca de la media noche y después de una suculenta cena de cortes de res argentinos mis anfitriones mexicanos me informaron que nos íbamos para la taquería La Oriental no les pude entender. Saturado de asados y creyéndome pariente lejano de la Cenicienta creí que ya tocaba el descanso. No tenía tiempo suficiente en el país para saber que a la Cenicienta azteca la habían cogido las doce toda peda, que así le dicen los mexicanos cuando te arrastras por el suelo, y allí mismo mandó a la chingada a su hada madrina. Le dijo con estas palabras: “¿No mames güey, ahora que empieza esto quieres que me vaya? Pues a la verga y haz lo que quieras con la calabaza, los ratones y el vestido que yo si me tengo que quedar encuerada me quedo encuerada, pero de aquí no me voy” y si el hada no se echa para el lado le tira el vómito con olor a mezcal encima.

Al final el hada salpicada se fue molesta y yo me fui con mis amigos curioso para la taquería. No supe nunca, pero no importaba demasiado, si al antro erótico le llamaban así porque efectivamente estaba encima de una taquería o porque dentro del local lo que más abundaba era la carne suelta. Después de ser cacheados por tres tipos grandes y fuertes subimos unas escaleras y entramos a un salón que me pareció pequeño, después de dos tequilazos y una copita de anís seco con anís dulce para mejorar la digestión lo que quedaba de mi orientación espacial lo reservaba para poder manejar de regreso. 

El clima era acogedor e íntimo, al centro y alrededor de varias mesas con asientos cómodos una pasarela alargada y pequeña se elevaba un metro del suelo y terminaba en un tubo brilloso hasta el techo que no necesitaba preguntarme para que estaba allí. A un lado el local terminaba en una barra y por el otro en un vericueto de pasillos oscuros. La música de fondo latina que dominaba el local cambió cuando nos sentamos y comencé a escuchar el tema “Ironía cantado por Maná. Subiste a la plataforma con un sobretodo brilloso y unos zapatos con tacón de suela anchísima con más de una cuarta de alto que me hicieron temer que terminaras de boca al no poder dominar los zancos. No pude quitar los ojos de ti mientras duró la música y asentí para comprar la botella de Havana Club sin mirar el precio. Caminaste al ritmo de la música hasta el tubo mientras te desabrochabas los botones de lo que te cubría y cuando llegaste a tu destino pusiste tus brazos hacia atrás. El sobretodo entonces resbaló suavemente por tu cuerpo y murió sin brillo en el suelo. En ese instante me miraste y me sorprendí porque me sentí dominado. Tu pelo rubio a la altura de los hombros contrastaba con tus ojos negros brillantes y un cuello delgado y fabuloso donde cabía más de una caricia de mis dos manos juntas. Te quedaste apenas con un vestido muy corto o una camiseta larga que no era capaz de ocultar la mitad de tus nalgas firmes, redondas y manuables. Tus piernas largas y esculpidas por una mano de genio se movían rítmicas y guiadas por unas caderas que se arqueaban en baile tan sensual que se me antojó imposible de repetir. Tu sonrisa enigmática se escondía con tus ojos cerrados en giros de tu cuerpo o a través de tus brazos que no dejaban de armonizar el conjunto moviéndose delante de tu rostro sensual. Cuando alzaste tus brazos sobre tu cabeza mi corazón se detuvo de la impresión. La manera en que te agarrabas el pelo con el rostro acercándose con suavidad a tu hombro derecho y sin dejar de mirarme con malicia me impedía moverme. Tus axilas aparecieron blancas y perfectas en tu cuerpo delgado y con tus brazos doblados detrás de tu cabeza y más cerca del cielo agarraste tu vestido corto o camiseta larga, que al subirse dejó expuesta la maravilla de tus nalgas al final del regalo de tu espalda con un tatuaje de flor minúscula cerca de tu hombro. La cadera más ancha al final de las piernas subía suavemente hasta tu cintura manuable sin dejar de acompañar la música. Las nalgas preciosas vivían libres y apenas separadas por una línea oscura de una ropa interior minúscula y negra que solo cubría algo al frente. Mi mente se había hipnotizado contigo y desapareció el mundo, en el que solo existías en tu baile de diosa. Quise gritar, pedirte que no te detuvieras nunca, que no podía existir un espectáculo más maravilloso por contemplar y que a partir de ese momento en cada mujer que mirase ibas a estar tú. Intuiste mi desespero y en el clímax de la canción te quitaste el vestido por encima de tu pelo rubio y tuve que cerrar los ojos unos segundos alterados de encontrar tanta hermosura concentrada en un cuerpo de mujer.  Tu piel perfecta sin una gota de grasa seguía girando en contoneos tan deliciosos que me provocaron una taquicardia. Tus senos me sugirieron un dulce almibarado cubano: pequeños, pero de un encanto sui generis, adornados de curvas bien trazadas y un final erecto, firme, que deseé tantear con mis dedos e imploré que me abrieran una herida de placer en la palma de la mano. Vestida con tu tanga negra y tus zapatos que amplificaban el largo de tus piernas comenzaste a usar el apoyo del tubo para regalarme en flexibilidad de contorsionista profesional, unos arqueos imposibles y varias posiciones inimaginables.  Acercándose el final de la música mi angustia crecía intuyendo el cese del milagro mágico que presenciaba. No estaba preparado para observar la sorpresa de quitarte la prenda que sobraba y cuando mis ojos se encontraron con tu sexo abultado, limpio y delicioso dejé de ser yo. Me quise levantar, pero uno de los meseros me detuvo con la mano en el hombro y el pedido lo hice en silencio. Te imploré que fueses mía que me regalaras tu desnudez magnífica, que hicieras conmigo lo que desearas, la tortura, el suplicio, lo que quisieras, pero yo necesitaba tener tu sexo entre mis labios, sentir su sabor a rosas en primavera, fundir mi rostro en él, lanzarme a la perdición y encontrar mi final entre tus labios. Cuando el mesero fuerte me quitó la mano del hombro ya salías caminado desnuda arrastrando el sobretodo como una novia lo hace con su vestido de cola largo. La voz que me salió cuando hablé con el mesero fue un suplicio

-Amigo por favor, necesito hablar con esa mujer.

-Tranquilo patrón, ahorita se la traigo.

Los cinco minutos siguientes fueron los tres años más largos de mi vida, no podía pensar pues en mi cabeza solo veía tu cuerpo moverse. Cuando llegaste usando la misma camiseta larga no supe que decir y rompiste el hielo preguntándome si te invitaba a un trago. Tu voz era fina, casi de niña y me sorprendí de tus reconocidos veintisiete años.  Te trajeron la primera copa de una larga lista de ellas. Luego supe que el líquido coloreado que bebías demasiado rápido era solo agua con un toque de colorante que cobraban como licor de dioses porque era otra manera de sacarle dinero a los clientes y el pasaporte para que la escogida se quedase a tu lado. Si verte bailar me resultó atractivo, hablar contigo se volvía cautivador. No parabas de reír bebiendo vasos de agua uno tras otro y contándome historias de tu natal Veracruz con una sonrisa en los labios. Tu desenvoltura espontánea me fascinó y me olvidé que al pagar tu bebida tenía derecho a las caricias. Quería apenas disfrutar tu compañía y todavía afectado por tu sensual exhibición lo único que deseaba era agradarte, fue una velada fascinante donde no alcancé a intentar lo que no sería negado.  A las cinco de la madrugada mis amigos me recordaron que al otro día había trabajo. Te fui a dar un beso en la mejilla para despedirme, pero me sorprendiste con un giro imprevisto de tu rostro y me regalaste un beso tan sensual que me recordó todo el baile mágico que habías danzado horas antes. Estaba bien borracho y dudaba de poder manejar, pero cuando me trajeron la cuenta a pagar quedé sobrio al instante.  No pude dormir lo que quedaba de sueño, ni concentrarme en el trabajo y no entendí los siete capítulos de mi serie en Netflix que pasaron uno detrás de otro y donde yo solo veía a la mujer más erótica que había conocido en mi vida bailando para mí.  A las dos de la madrugada entendí que no tendría vida si no te hacía mía. El deseo agobiante crecía tanto cada segundo dentro de mi pecho que por momentos me costaba respirar, ibas a ser mía y estaba dispuesto a todo, incluso a pagar lo que hiciera falta, aunque el dinero enturbiase la entrega.  Ya era un animal sin rumbo que solo pensaba en tu cuerpo mágico contonearse. Llegué al antro mirando para todos lados e intentando descubrirte dentro de tu camiseta larga pero no te encontré y la esperanza reapareció cuando descubrí al mesero fuerte en la barra. Corriendo lo alcancé y otra vez le supliqué por ti.

-Ayer fue su ultimo día aquí, ya hoy temprano regresaba a Veracruz, pero te puedo presentar a otra muchacha, mira conoce a…

Ya yo estaba bajando la escalera de la derrota, la del deseo no pedido y la decisión retardada. En la calle hacia fresco y me di cuenta que mi mente había estado ocupada durante las últimas casi veinticuatro horas sin comer nada. El olor a carne asada de la taquería me venció y pedí dos tacos, dos quesadillas y un agua de horchata para comer allí. Cuando mordí el primer taco el sabor de la carne me activó las papilas gustativas y me recordé del final de tu baile, en el momento en que tu rosa libre se abría para mí invitando a descubrir su sabor, una y otra vez, cada nuevo giro más fabuloso. Cuando terminé de comer sonreí con las ideas bien claras en mi mente. Si había llegado hasta México no podía irme del país sin conocer a Veracruz, eran apenas tres horas en carro.