
En mis tiempos de muchachón tuve una caspa tan crónica que parecía que nevaba por donde pasaba. Eso me sucedió por lavarme tanto la cabeza con jabón de lavar al no tener champú, porque prefería tener caspa que peste. Me alarmé cuando tuve que comenzar a recoger los copos de nieve con palas y me fui al médico de familia. El médico me mandó un champú de “breacina” buenísimo que aunque me hacía sentir como Satanás echando fuego por el pelo, también me dejaba la cabeza oliendo a chicle con mucha menta. A la semana la cosa ya mejoraba a y le tomé tanto aprecio a mi pomito de brea, que me propuse idear una manera de ahorrarlo. Los primeros experimentos consistieron en determinar la cantidad exacta necesaria para el lavado óptimo de cabeza que tras muchas pruebas quedó definida en dos tapitas de pomo. Inconforme aún con el ahorro seguí pensando hasta que me acordé de Arquímedes corriendo en cueros y gritando Eureka. Sí, había dado con la base de todo que aunque no es la limonada, se parece. Es que Arquímedes había descubierto las leyes sobre la flotación de los cuerpos en el agua y el líquido universal es la solución de la mayoría de los problemas. Por ejemplo: el lechero le echa agua a la leche, el barman le pone más hielo al trago (el hielo es agua congelada, pero eso lo sabían), la cocinera si llegan más invitados, pues se le echa más agua a la sopa y si tienes picazón, todo el mundo sabe que se quita con agua y jabón. Así que con mi descubrimiento dando vueltas por la mente me dirigí tranquilamente al baño y busqué uno de los pomitos vacíos del champú que nunca botaba porque nunca se sabe cuando puedes necesitar un pomito para echar cualquier cosa y porque también había intentado un tiempo atrás experimentos alquimistas fracasados de convertir líquidos en champú. Después de cerrar la puerta del baño para concentrarme mejor separé el contenido de un pomo de breacina lleno en los dos recipientes gemelos, los rellené con agua de la pila, y se hizo la magia de la duplicidad. Había transformado un pomo en dos. Orgulloso del resultado científico me quedé extasiado unos minutos contemplando la obra maestra. Los deseos de demostrar en la práctica el experimento me llevaron a quitarme la ropa animoso y meterme en la ducha como el científico griego: en cueros y con las manos en los bolsillos. La alegría por poco termina en tragedia pues en la emoción di un resbalón y caí de espaldas sin poder amortiguar el golpe con las manos pues las tenía ocupadas salvando el tesoro. Suspiré aliviado después de quedarme sin aire un rato del trancazo que me había dado y con dolor de homoplatos sonreí feliz por haber salvado al champú de brea. A punto estuve de entretenerme en otros menesteres mientras me enjabonaba pero la ciencia me contuvo y prioricé la demostración del experimento exitoso. Solo había un pequeño problema, antes para que hiciera buena espuma usaba dos tapitas llenas. Ahora tenía que echarme cuatro.