A Carlota la conozco desde la primaria. Siempre fue una muchacha preciosa, de esas que paran los trenes y a quien al verla pasar hay definitivamente, que girar el rostro. Es mi amiga y todavía recuerdo aquella tarde en que llegó a mi casa como a las seis de la tarde. Yo acababa de hacer una súper siesta y estaba medio sonso todavía. Nos tomamos un café y muy nerviosa me pidió ayuda. No me sorprendí de su solicitud pues hacía tiempo que sospechaba que era lesbiana y sentí un poco de orgullo. Quería tener un hijo y me pedía ayuda, pero nada de donación de semen o alguna que otra tecnología, debía ser al natural. La miré bien de arriba a abajo y el diablo lujurioso de mi interior saltó después de imaginarse miles de situaciones entretenidas y le dijo que sí. Ella se puso muy contenta, tan contenta que allí mismo lo intentamos por primera vez. No les doy detalles porque ella sigue siendo mi amiga y la amistad se ha hecho más fuerte. La verdad que a pesar de ser una especie de trabajo, la pasamos muy bien. A veces me da la impresión de que me busca porque le gusta y no por el objetivo de ser mamá, pero deben ser seguro imaginaciones mías. Tenemos sexo cuatro o cinco veces por semana, los días normales. En los periodos de máxima fertilidad son todos los días, dos o tres veces cada día. Yo estoy más flaco que una vara, pero la sonrisa no se me quita del rostro. Ya llevamos como diez meses en los intentos y nada. Ella sigue con el mismo ímpetu de siempre, pero yo ya empiezo a preocuparme. A veces me quedo toda la noche despierto, pensando y buscando una explicación o una solución a mi problema, pero no la encuentro. No sé cómo carajo decirle ahora a Carlota que hace cinco años me hicieron la vasectomía.