Cuando llegue a Alemania, yo venía un poco preocupado porque tenía miedo de hacer un papelazo de subdesarrollado que de todas maneras era inevitable. Recuerdo la cantidad de veces que iba al baño y no podía lavarme las manos porque no descubría como salía el agua de las pilas e imaginaba que la habían quitado para ahorrarla. Al final no me quedó más remedio que quedarme media hora al lado de los lavamanos y soportar las miradas de los alemanes preguntándose qué hacía yo allí, para descubrir cómo era el truco. Cuando me percaté que había un sensor que abría la llave del agua cuando acercabas las manos, estuve otra media hora jugando con el mecanismo. Sin dudas lo que me marcó de verdad fue ir al baño a cagar y no porque el baño siempre estuviera limpio. Yo me quedaba los primeros días en casa de un amigo cubano y este me dijo: “Mi socio, si cagas usa el cepillo después, que se queda todo sucio”. Yo lo miré a él y al cepillo después sin entender bien las cosas, pero me imaginé que por algo era y le hice caso porque el desarrollo es el desarrollo. A la semana ya solo iba al servicio por extrema necesidad y hasta dudaba de la inteligencia alemana. A mi amigo le seguía haciendo caso, pero cada vez que tocaba limpiarme lloraba, tenía el culo lleno de arañazos y si de verdad soy sincero, muy limpio tampoco quedaba.