Cuando estaba haciendo los trámites para salir de Cuba, pasaba siempre por el parque de Juan Delgado de La Víbora en La Habana. En una esquina frente a este parque, por la misma calle Juan Delgado, estaba el departamento de inmigración que me correspondía. Tremendas colas que hice allí y muchas veces caminaba por la sombra de los árboles del parque en busca de sosiego. Me sentaba en sus bancos, pensaba mucho, hacía millones de planes y le pedía con fervor a Santa Bárbara para que todo funcionara sin problemas.
Aquel día había estado dos horas esperando. Mis papeles no salían, el funcionario que me debía atender salió a comer algo y aproveché para sentarme en un banco esperando que el ruido del aire en las hojas de los flamboyanes pudiese apaciguar mi incertidumbre. Entonces la vi y realmente me impactó la imagen. La mujer más bella de La Habana venía caminando en mi dirección acompañando su cadencia de bailarina con un coche de bebé. Siempre he dicho qué hay dos tipos de mamás, las que son destruidas en el parto y las que el acto de traer una criatura de Dios al mundo provoca que se activen fuerzas misteriosas y se potencie su belleza femenina a límites insospechados. Aquella joven de unos veinticinco años era el ejemplo de estas últimas pero exagerado. Qué manera de moverse, de reírse con los “glú glu glus“ de su bebé, de transmitir su felicidad y de llamar la atención de cada piedra que pisaba o de cada mirada que se posaba en ella. Sus carnes saltaban firmes y seguras mientras disfrutaba de aquel regalo visual. El niño empezó a llorar y aquella diosa se ha convertido en la dulzura conversadora con una voz muy melodiosa y un poco profunda, como de mujer sentimental.
–Mi preciocito tiene hambrita –le decía al niñito que le calculé unos ocho meses–, mi príncipe lo que quiere es la tetica de mamá, glotoncito, golosito, comelonzote –decía moviendo el rostro de arriba a abajo, para finalmente terminar acariciándolo con la nariz perfecta.
El llanto no cesaba y sus gestos para con su hijo eran de una dulzura y una sensualidad conmovedora. La mujer de la que no podía apartar mi vista adictiva cargó al niño que no se tranquilizaba y algo de envidia sentí del bebé por estar entre aquellos brazos. Entonces con la mayor naturalidad del mundo aquel prodigio de la naturaleza se ha acomodado al infante en su regazo y ha sacado el mas hermoso seno de mujer que he visto en mi vida. Me caí para atrás del banco de la emoción al ver un pezon ligeramente más oscuro que la piel lisa y el contraste lo hacía más agradable a la vista. Era de diámetro considerable y terminaba en una esfera perfecta que llamaba a la caricia. No entendí como el niño podía seguir llorando con el paraíso tan cerca de su boca. Seguro que se encabronaba por no agarrar bien la teta. Deseé tener poderes de transmutación momentánea de almas para hacer el cambio en ese instante, al menos por unos minutos. Me puse un poco nervioso, me paré e intenté alejarme para darle privacidad pero una fuerza más grande que mi lógica me hizo regresar. Mis pasos obedecieron a mi instinto y me llevaron hasta aquella mujer que cambiaba la lógica de mis actos. Me paré frente a ella, me miró interrogándome con la mirada dominante, la sonrisa limpia y pura, los ojos alumbraban de rojo brillante las flores de los árboles en el suelo. Su mano acariciando el seno blanco sin estrías, los dedos índice y del medio daban paso al ancho pezón que tranquilizaba a su bebé. El niño paró de mamar y me miró de reojo.
–Señora, discúlpeme –le dije nervioso–, usted no me lo va a creer lo que le voy a decir, pero su hijo me ha invitado a almorzar con él ahora en el parque.