Todo el séptimo grado me lo pasé con un catarro que no se me quitaba y a punto estuve de dejar el internado porque el microclima del lugar me afectaba. Por suerte mi cuerpo se adaptó y dice el médico que se debió al mejunje. Este dichoso mejunje del cual me bebí como un litro diario durante tres largos años consistía en una peculiar mezcla de benadrilina con jarabe espectorante y unas gotas de rojo aseptil. El resultado final resultó ser un líquido con sudor de baloncestista que me se sacaba arqueadas cada vez que lo tomaba, sin embargo yo andaba con mi brebaje para todos lados y a cada rato me daba un buche como si fuese un alcohólico con su caneca de ron. La pócima además de protegerme de los catarros me quitaba el apetito y ya me tenía en la frontera entre flaco y enclenque. Lo cierto es que siempre me tomaba muy en serio mis malestares, por eso el día que la china me tocó la frente y me dijo que hervía de fiebre, no puse reparos en ir con ella al hospital del internado.
La doctora enseguida me puso el termómetro y cuando leyó los 40 grados de mercurio metió un grito que me asustó y al momento me dijo que había que ingresarme y bajar la fiebre al instante. Despidió a la china y se giró hacia un enfermero que tenía cerca.
–Eladio, corre que hay que bajarle pronto la fiebre, trae los supositorios que no hay Duralgina inyectable –dijo mientras hacia gestos con la mano para que se apurara.
–¿Cómo que supositorios? – me levanté de un tiro con mis alarmas de color rojo – Aguante ahí doctora, ¿no hay algo menos radical?
–No te preocupes nene, que vas a ponerte bien pronto –dijo Eladio pasándome la mano por la cabeza, pero noté que aguantaba la risa.
–Doctora por su madre, haga otra cosa, tíreme un cubo de agua fría, déme un susto, lo que sea, pero eso no, no me desgracie la vida –hablé mirando a la doctora e ignoré a Eladio.
–Que chiquito este tan dramático–. El enfermero insistía aunque yo no le hiciera caso–. Mira te voy a hacer un cuento para que tu veas que no es tan malo meterse un…
–Ela, cállate la boca y ayúdame a llevarlo al salón–. Interrumpió la doctora.
Me llevaron para el piso de arriba y me metieron en un cuartico de lleno de herramientas de tortura colgadas en las paredes. De la fiebre caí en una especie de sueño vívido donde me encontraba rodeado de supositorios de tamaños desproporcionados. Volví en mí presa del pánico.
–Por su madre doctora no me haga eso, que yo soy virgen –dije, ante el peligro solo quedaba suplicar.
–Ay Chico, qué clase de boberías se te ocurren, Virgen ni virgen. Ela, busca a las ayudantes, que esto va a ser difícil –ordenó la doctora.
–¡Auxilio, socorro, sálvenme que me joden! –gritaba una y otra vez.
En ese momento llegaron dos muchachas muy bonitas vestidas de blanco y sentí vergüenza.
–Ela, bájale los pantalones, rápido, ahora mismo –chilló la doctora con furia.
– Doctora, por lo menos que lo hagan las muchachas –dije para por lo menos salvar los muebles.
–Esto no es para disfrutar –exclamó el enfermero en voz alta y me bajo los pantalones de un tirón, Mis nalguitas brincaron del susto.
La doctora le rogó a las muchachas que me sujetaran. Yo quedé como una embarazada que va a parir, pero al revés, en una especie de potro de tortura. Boca abajo e inmóvil encima de una plancha de metal fría, con el culo en popa y sin poder hacer más nada que pedir clemencia. La doctora se introdujo mi pierna derecha debajo de su brazo izquierdo y con la mano libre y la boca comenzó a abrir un paquete.
–Doctora, ¿no se va a poner guantes? –preguntó Eladio con un dedo metido en la boca.
–Coño de verdad, se me había olvidado, es que este chiquito con su gritería me pone nerviosa, Mira Ela, búscame los guantes y ábreme el paquete del supositorio. –Dijo y le alcanzó el envase maldito al enfermero.
–¿Doctora y los supositorios no lo ponen los enfermeros? –preguntó Eladio que al ver el cohete se había vuelto preguntón.
–Deja la mariconería Ela, que esto es serio. –exclamó la doctora y como yo estaba boca abajo no les ví las caras, pero imagino que alguna risita hubo.
Todavía el hecho no se consumaba y tenía tiempo de salvarme. Tocaba implorar.
–Doctora, por favor, por lo menos engráselo, así a pelo limpio no, no sea mala, mídame la fiebre otra vez y vera que ya no tengo, estoy bien, me siento bien. –dije entre lágrimas, el reloj no se detenía por nadie.
–No te preocupes papi, que ni lo vas a sentir, que cosas dices, ya eso trae su grasita –dijo la doctora con los guantes puestos y el arma del delito en la mano–. Vamos, solo te voy a poner tres, uno tras de otro, vas a ver que bien te vas a sentir.
–¿Tres?, no me joda doctora, pero esto ya es violación con ensañamiento –exclamé en medio de un llanto que se volvía angustioso.
La doctora me ignoró olimpicamente, se acomodó en su silla y se lanzó al ataque como buena torera con la banderilla en la mano.
–¡Abre la boca y relájate! –me gritó y me la imaginé vestida de cuero negro y con un látigo en la mano.
Si no llego a tener fiebre, hubiese tenido una erección. Las mujeres fuertes me ponen a mil.
–Contra doctora, ahora si me me confunde, pero si la boca yo la tengo abierta. –dije contrariado y con cierto alivio porque imaginé que desistía del ano.
–Pal carajo, que me pones nerviosa, me cago en diez chiquito llorón, me equivoqué por tu culpa, qué boca ni boca, abre el culo, el culo coññño. –La dominatriz se envalentonaba y yo me emocionaba.
Despues de un corto instante de debilidad, me recompuse y decidí defender mi virginidad a cualquier precio. Aguanté la respiración y contraje a mi pobre culito asustado. «Por aquí no pasa nadie, carajo» pensé para mis adentros y se me ocurrió un plan desesperado. Los asustaría con un peo en forma de disparo de advertencia o en forma de ráfaga que los pusiera en desbandada, pero desistí porque hubiese significado tener que bajar la guardia por unos segundos y me podían enganchar al contra ataque. Recordé entonces que tenía un pene que aunque estaba escondido del miedo podía ayudar en algo.
–¡Despiértate Sebastian, haz algo, muérdele la mano, dale un latigazo, pero haz algo, defiéndeme cabrón! –grité en dirección a mi entrepierna, pero Sebastian no me hizo caso y se escondió entre los huevos.
–Aquí yo no veo a ningún Sebastián, la fiebre te pone a delirar. Relájate y terminamos más rápido, no compliques las cosas por favor –dijo la doctora con voz calmada.
Yo no estaba dispuesto a ceder en mi trinchera de combate y seguía contraído: “No pasarán, no pasarán“. La doctora trató de encajarlo con algo más de fuerza la segunda vez, pero aquello se había vuelto tan intransitable que el supositorio dio un brinco tal que si la doctora no hubiese tenido espejuelos se lo encaja en un ojo.
–Haz peleado como un león muchachito. Pero no puedes derrotarnos. Eladio, trae el relajante muscular inyectable. –suspiró la doctora y temblé de miedo.
El enfermero pintó mi derrota en su rostro. Me inyectaron en la nalga y perdí el control cuando los músculos tensionados se dilataron. Me abrí como una pomarrosa y por el traqueteo que sentí deben haber encajado cinco como castigo. La doctora después de consumar la masacre me apretó las nalgas como si sus manos fuesen un palito de tendedera gigante, para que el cuerpo del delito no se escapara. Mantenía la cara girada y miraba con el rabillo del ojo, no fuera a ser que tras la acción provovase una reacción y le jodiera de verdad los espejuelos. Indefenso y vencido, me quede dormido.
Debo haber descansado un montón de horas. El frescor de la mañana me abrió los ojos. Me encontraba en una cama extraña. Estaba mucho mejor, apenas un ligero ardor en el culo me recordó la masacre. La doctora sentada al borde de la cama me miraba con cara risueña.
–Vas a estar bien, en dos días seguro ya puedes irte. Para ser tan pequeño eres bastante machista. Eladio te manda saludos, es muy buena persona y un jodedor. Ah y recuerda bien que si la violación es inminente relájate y goza, es una metáfora. –Y salió del cuarto sonriendo.
Mucha gracia no le encontré y al rato escuché que gritaban mi nombre. Me levanté con esfuerzo y caminé hasta la ventana del segundo piso. Abajo mi amiga de clase saludaba con la mano.
–¿Cómo estás? –preguntó la china.
–Bien –dije pero pensé para mis adentros: “Con el culo destrozado“.