Aterricé en la ciudad de Puebla en el verano del 2015. Me habían contratado los alemanes para trabajar de consultor en Volkswagen. Pero la historia no es mía , sino de Mathías, un ingeniero berlinés muy joven que solo sabía dar las gracias en español. Algunos cursos de idiomas recibió, pero como solo se comunicaba en ingles y alemán, no pasó de «una cerveza por favor». Quizás las mexicanas le calleron en pandillas porque era alemán, por bien parecido o por las dos a la vez. De todas maneras el resultado es el mismo y en menos de una semana ya estaba muy enamorado y más comprometido de una linda Jarocha.
La muchacha trabajaba en la planta de Volkswagen y vivía con su muy católica familia en Cholula porque es el lugar del mundo con más iglesias por metro cuadrado (eso es verdad). La novia que nunca le mintió al cura en confesión, le declaró el pecado de habérsela chupado a Mathías porque lo creyó el pariente de Quetzalcoatl. El cura le exigió detalles y la Jarochita inocente se los dió pensando que con ello rebajaría su pena, pero logrando una masturbación debajo de la sotana. Aliviado el padre de la supererección que las fuerzas de Satanás le habían causado, castigó a la Jarochita mamadora con unas gárgaras de agua bendita. El cura adicto a las historias porno y a las pajas sotaneras tampoco le hacía caso al secreto de bautismo y le chivateó a la familia la relación de la niña con el alemán.
Obligaron entonces a la muchacha a dejar de consumar el pecado y casarse cuanto antes. El primer paso consistía en oficializar el noviazgo y Mathías debía pedir la mano de su amada al padre. Mi amigo no entendió para qué pedir permiso por su mano si él ya le había cogido el culo y el culo era más valioso que una mano. El alemán no quiso cuestionarse las diferencias culturales y como estaba muy contento con su Jarocha aceptó pedirla en compromiso. De todas maneras si se aburría a los tres meses, siempre podía devolver la mano, el culo no, porque ya estaba cogido. Was ich erlebt und genossen habe, kann mir niemand nehmen, pensó Mathías en alemán y quiso decir: «Que me quiten lo bailao».
Había, sin embargo, un problema muy grande: En la familia Jarocha solo hablaban español, pero si los alemanes inventaron los automóviles, aprenderse de memoria un texto no era nada del otro mundo. La ceremonia se fijó en un restaurante a las cinco de la tarde para comer en familia y quien se llevaba la mano, pagaba. Mi amigo le pidió a sus colegas de trabajo mexicanos que le prepararan un texto con la petición. Quizás debió pedírmelo a mí o al menos enseñármelo, pensó que yo hablaba castellano, pero no conocía de la cultura. Los mexicanos le prepararon su mensaje y Mathías se lo aprendió de memoria.
El sábado a las cinco de la tarde estaba Mathías solo en el restaurante porque todo el mundo llegó tarde. La novia se apareció a los 15 minutos y como pagaba el alemán vino acompañada de los padres, los abuelos maternos, la abuela paterna, dos hermanitos de la muchacha, tres primos y una vecina que conocía a la niña desde bebé y no quería perderse la ocasión. Hacía calor y Mathías iba con una camiseta y un short, todos los demás de traje porque habían ido antes a misa. Cuando sirvieron las bebidas el alemán se paró, levantó la copa y con la vista fija en el padre de la Jarocha habló. Lo hizo con lentitud, como si saboreara las palabras. Hola, mi nombre es Mathías y quiero decirle que vengo a mamarle la panocha a su hija, dijo y puso rostro de felicidad alemana.
El abuelo viró la copa encima de la mesa, las abuelas se taparon la cara y lloraron con gemidos exagerados, los hermanitos y los primos no ocultaron las carcajadas, la Madre pellizcó a sus hijos con una mano y con la otra consoló a su hija. La vecina parecía un ventilador que giraba para todos lados y no sabía si echar aire o apagarse. El padre enrojeció de ira, apretó los dientes y cerró los puños. Chinga su madre, no puede ser verdad lo que acaban de escuchar mis oídos, ¿Ma.. qué?¿Qué ha dicho usted que va a hacer usted? ¿Qué ha dicho usted? ¿Ma.. que? ¿Ma.. que?, le preguntó el padre. Mathías, me llamo Mathías, dijo mi amigo con tremendo acento alemán.