
Llegué a Puebla en el verano del 2015 a trabajar para una firma alemana de consultor en VW. Conmigo vino Manfred, un ingeniero teutón muy joven que no hablaba nada de español . Al inicio la empresa le daba cursos de castellano y trabajando se comunicaba en ingles y Alemán sin problemas. Tampoco tuvo inconvenientes, mas bien ventajas, para encontrar compañía femenina y muy pronto se hizo novio de una mexicana muy linda oriunda de Guadalajara que trabajaba en la planta. La familia de la muchacha vivía también en Puebla y eran muy religiosos. La novia insistió muchísimo para formalizar la relación y para esto era imprescindible que Manfred fuera a su casa a pedir permiso al padre de ella para oficializar el noviazgo. Había un problema muy grande y era que los padres de la muchacha solo hablaban español y Manfred no sabía todavía ni preguntar donde estaba el baño en español. Pero los Alemanes son muy estudiosos y no se amilanan tan fácil. Le dijo a su novia que no se preocupara y quedaron para el sábado a las cinco de la tarde para comer con la familia. Manfred entonces le pidió a los mexicanos que trabajaban con él que le prepararan un texto con la petición para aprenderlo bien de memoria. Todo hubiese sido perfecto si los compañeros de trabajo no hubieran sido unos jodedores. Ellos le prepararon el mensaje y Manfred estuvo tres días delante del espejo practicando las expresiones y la dicción . El texto era corto para no complicar al Alemán y si él me lo hubiese enseñado, lo hubiera alertado porque decía así exactamente:
“Hola, Buenos días, mi nombre es Manfred y vengo a mamarle la panocha a su hija”, me parece que en este caso que no es necesario explicarles a que llaman panocha los mexicanos.
El sábado a las cinco de la tarde estaba Manfred, puntual como no podía ser de otra manera, tocando a la puerta de la casa de la muchacha. El Padre muy emocionado y trajeado fue a abrir personalmente, y a sus espaldas estaba la familia completa, La madre, la novia, los hermanos y sus esposas, tres niños chiquitos, el abuelito sentado y la abuela abrazando a la nena de felicidad, todos con caras de alegría y vestidos como para ir a misa. El Alemán tragó en seco y comenzó a hablar desde la puerta, muy lento, deteniéndose en cada letra para evitar confusiones y malas pronunciaciones. El acento alemán era inevitable pero se entendió a la perfección:
-Hola, Buenos días, mi nombre es Manfred y vengo a mamarle la panocha a su hija.
La abuela salió llorando para la cocina, los hermanos se empezaron a reír y sus mujeres los pellizcaron con fuerza maligna, la Madre consolaba a su hija con la cabeza entre sus manos. El padre rojo de ira le habló con los puños cerrados:
-No puede ser verdad lo que escuchan mis oídos, ¿Ma.. qué?¿Qué ha dicho usted de verdad? ¿Ma.. que?
-Manfred, mi nombre es Manfred, – dijo mi amigo sonriendo