Para escribir hay que vivir y no me basta con imaginar en mis textos. No me arrepiento de nada, ni de las metidas de pata y menos de haber pagado por sexo. También he pagado por darme un masaje o por tomarme un helado. Me hizo bien comprar un orgasmo porque tal vez la frustración me hubiese aplastado y hasta me ganaba un suicidio.
Las mujeres que me ayudaron y que respeté como mismo lo hice con la masajista o la heladera, me ofrecieron un servicio. Yo no compré su dignidad y reconozco que me sentí dependiente de ellas y humillado al tener que pagar por un placer que de otra manera no podía obtener en ese momento. Ellas cumplieron su parte, lo hicieron por propia voluntad y de manera legal, sin mafias ni proxenetas que las controlaran. No resultó barato y no sabría decir si se divirtieron o actuaron, probablemente lo segundo porque si yo hubiera sido un león, no hubiera tenido que pagar.
Estoy a favor de la libertad humana, de que cada cual decida que hacer con su cuerpo y si dentro de su propio sistema de valores no es humillante ni inmoral cobrar por sexo, no encuentro el problema. Los que prohiben la prostitución fomentan las mafias, el trato de mujeres y la esclavitud sexual de la misma manera que con la ley seca creció la mafia americana o con la prohibicion de la droga se ayuda a los carteles que la trafican.
Creer que al prohibir un producto de alta demanda dejará de existir resulta ingenuo. La mujer en el sexo es selectiva y que el hombre sea todo lo contrario produce una enorme montaña de necesidades por satisfacer. Si un grupo de mujeres deciden atacar ese mercado, deben tener la libertad de hacerlo. Nadie tiene el derecho a pensar por ellas. En los delitos reales siempre resulta alguien dañado y en esa transacción no hay daño.
Es hora de liberar a la sociedad occidental del sexo como tabú, vaciarlo de la culpa que le adudican y quitarle la carga moral. La piel de cada cual es su tambor y solo uno mismo decidirá quién lo toca o si lo hace en un dúo, un septeto o en la sinfónica nacional. Yo también le vendo libremente mi mente y llevo mi cuerpo a una empresa ocho horas al día y nadie protesta ni me defiende. La prostitución debe ser legal.