Me encantaría sentir placer cuando te corte el cuello, pero ese sentimiento me está prohibido por mucho que lo intente. Apenas respiro un milisegundo de euforia cuando llego a la altura de Dios, luego se esfuma todo y queda un vacío que ninguna víctima puede llenar. Con el tiempo se reaviva la posibilidad de agrandar mi placer y el ciclo interminable de intentos y fracasos se repite. Envidio a la víctima que implora clemencia, pero me conformo con la experiencia de observar como la energía vital abandona un cuerpo para siempre de la misma manera que se apaga la llama de la vela cuando se acaba la parafina.
Ahora me mandas a buscar para que elimine a alguno de tus enemigos o quizas a un amigo que se ha vuelto incómodo. Sabes que soy bueno preparando accidentes. Yo vivo gracias a gente como tú que no quiere mancharse las manos de sangre. Quizás no te las manches, pero eres tan o más asesino que yo. Y si mi solución consistiese en asesinar a un asesino, prefiero que sea a tí. Sería la única buena acción de mi vida y puede que hasta logre despertar mis emociones. Tú eres un tirano de la peor calaña y ademas de los que mandas a matar conmigo, cada día matas a la gente en vida que es peor que meterles un tiro.
Yo siempre disfruté manipulando a las personas, aplastarlas desde mi poder me atraía, cosa que unida a mi inteligencia fuera de lo normal me permitió labrarme una posición interesante en cargos de cierta importancia que ahora no voy a decir. Esa misma posición que me ayudó a sortear con éxito mis diversiones, me llevó a que me conocieras. Los verdaderos asesinos nos identificamos sin hablar y supiste desde el primer cruce de miradas quién era yo. Resulta una reacción similar a mirarse en el espejo.
No encontraré ninguna dificultad para esconder una cuchilla en la manilla metálica de mi reloj y sentado en el sofá de cuero de tu oficina esperaré mi oportunidad. Hace un tiempo creí que tu muerte llegaría si te perforaba bien abajo en la ingle y subía el tajo limpio apenas unos treinta centímetros para provocar el fallo interno, pero el chaleco antibalas que usas puede dificultar mi trabajo. Hoy he decidido lanzarme a tu cuello para buscar a tu aorta vieja. Tendría yo de esa manera más tiempo de maniobra y tú menos tiempo de vida.
Que me agarren no me importa en lo absoluto, que me aporreen o me muelan a golpes tampoco me preocupa, incluso hasta me atrae para encontrarme con el dolor, el que imagino placentero porque conozco la ira de los esbirros que se mezclaría con el miedo a las consecuencias por no haber cumplido sus funciones. Resultaría incluso interesante que me mataran a golpes para sentir como se apaga mi vida de psicópata. Tal vez sea mi muerte el precio a pagar para encontrar lo que busco. Mi existencia habría servido entonces para algo. Lloraría de alegría, bendeciría a mis asesinos y hasta fingiría implorar por mi suerte para agrandar mi satisfacción de haber podido sentir.