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PROHIBIDO OLVIDAR

13 de julio de 2021

Hoy se cumple un año más de la masacre del remolcador 13 de marzo. Aquí un extracto de mi libro Botagorda como homenaje a los muertos  y como llamado a que los culpables paguen por sus crímenes.


…Busqué entre mis regueros su teléfono y encontré el papelito de Danai. La volví a ver bailando para mí y su contagiosa risa que me llamaba. No lo dudé y marqué el número. Después de varios intentos, no pude comunicar. De pronto escuché el timbre del teléfono. Corrí a descolgarlo pensando en Danai, pero era Diana. No era gallo ronco, era gallo triste. Su voz era casi un suspiro melancólico.

—Quiero verte —me dijo—, te necesito, ven por favor.

—Espérame. En media hora estoy contigo —le respondí.

Aproveché que el Polaquito estaba arreglado y salí como una flecha a verla. Parqueé en el castillo de la Fuerza y le di unas monedas a los parqueadores. Me acordé de la lanchita escapando de la bahía. Observé al Cristo al otro lado. Este bajó la vista evitando mirarme a los ojos. Llegué rápido a su casa, y me abrió la puerta desde arriba mediante una soga atada a la cerradura. Subí los escalones de dos en dos. Estaba en posición fetal encima del viejo sofá de la sala. Había estado llorando. Y mucho. Pensé primero que sabía que había intentado llamar a Danai , pero no era lógico. Dijo en un susurro:

—Los mataron a todos, Tony, los mataron a todos. Había niños indefensos, ¡niños!, ¿entiendes?

Y por sus mejillas salían incontrolables las lágrimas. Me contó que su hermano trabajaba en el muelle, en la reparación de barcos. Lo habían planificado todo para llevarse un remolcador. Su nombre era el 13 de Marzo. Parece que el trece les dio mala suerte.

—Se fueron con mujeres y niños —prosiguió—. Era un montón de personas. Allí estaba mi hermano, su esposa y sus tres hijos. En alta mar los guardacostas los interceptaron. Dicen que los embistieron y les echaron del barco con mangueras de alta presión.

Hablaba sin poder contener el llanto.

—Todos murieron, ¿entiendes? Mujeres y niños, ¿entiendes? Mi familia está toda muerta. No tengo a nadie, los mataron. ¿Y ahora qué hago? ¿Callarme como una cobarde? No quiero seguir viviendo.

Y se me abrazó gritando:

—¿Por qué, mi Dios, por qué?

Yo no sabía ni qué decir, solo dejarla llorar y acariciarla para que sintiera que no estaba sola. Me conmovía su desconsuelo y sentí rabia e indignación. Quise gritar, hacer algo, pero no pude. Al rato la obligué a salir. Fuimos a cambiar el Polaquito de parqueo. Lo movimos a un edificio en ruinas, cerca de su casa, donde cobraban por dejar el carro de noche. Comimos una pizza de diez pesos y regresamos nuevamente a su casa. Ella, a llorar otra vez. Y yo, solo a estar allí, pues no sabía ni qué hacer o decir que pudiese consolarla: era imposible. Entre las cosas que intenté, con algún resultado, fue que pensase en otra cosa. Así me enteré de que había logrado que a Willy, el loquito, le dieran un pase de quince días.

Dos días estuve con ella todo el tiempo y poco a poco mejoró. Al menos ya no quería morirse, y eso era algo. Al tercer día me desperté como a las diez de la mañana. Era uno de esos días de verano en los que el calor no dejaba dormir. Se oían gritos en la calle. Mi curiosidad me hizo salir rápido al balcón y vi un grupo de personas que corría en dirección al puerto. No le di demasiada importancia y volví a entrar. Recordé que había quedado con Alex en vernos al mediodía para comprar gasolina barata. Diana dormía y no quise despertarla: sentí pena por ella.

Le escribí una pequeña nota y se la dejé en la mesita de noche. Más tarde la llamaría. Salí rápido a la calle y aprecié algo raro en el ambiente: excesivo calor para ser tan temprano o demasiado tranquila La Habana Vieja para ser tan tarde. No le di importancia y fui a buscar el carro. Desde la plaza Vieja miré en dirección al puerto y pude ver un montón de gente que se agolpaba por todos lados. «Ahí pasa algo», pensé, y la curiosidad pudo más que mi cita con la gasolina. El centro del tumulto era en la salida de las lanchitas a Regla y Casablanca. Una señora, en bata de casa desde la puerta de su casa, me lo confirmó. Se había corrido la bola de que se iban a llevar otra vez una de las lanchas y allí estaba toda esa gente, esperando estar dentro para cuando sucediera. Me resultó un poco gracioso y decidí quedarme un rato a ver qué sucedía…