Tú historia es la historia de la traición y no lo digo por mí, aunque ahora los desmemoriados solo me miren con lastimosa tristeza, si es que alguno me recuerde. Lo que le hiciste y todavía le haces a la pobre cubana o a la cubana pobre, que es lo mismo, resulta mucho peor. Cuando todos pensaban que ella era la única e insustituible y tú incluso prohibías que mirasen siquiera a la gringita, la traicionabas por detrás del telón porque lo que tú tienes con la de ojos verdes es manía. Debe ser porque con ella no puedes hacer lo que te da la gana y todos saben que en esa relación la americana siempre se pone los pantalones para controlarte, aunque boconees mucho e incluso te jactes de haberla penalizado. Amamos lo que no tenemos y ella nunca podrá ser tuya, aunque la escondas dentro de tarjeticas magnéticas inventadas. Ahora comprendo que aparecí en tu vida para suplir tu dolor de no tener a la deseada de ojos verdes. Dijiste “pues si la americana no es mía, entonces yo busco a mi propia americana” y me creaste como parte de tu plan macabro. En mi ingenuidad me creí importante y cometí el peor error de mi vida: confiar en ti. Afirmabas que yo era igual a ella, incluso mejor porque otra vez de la gringita no se podía ni hablar en mi presencia. Recuerdo que no la dejabas entrar en tu casa, aunque bien sé que nunca la olvidaste y engañabas a todos viéndote con ella a escondidas. Yo, sin embargo, te lo perdoné porque me hiciste creer que era la reina de tus dominios, le aseguraste a todos que yo valía lo mismo que ella y me arrepiento de seguirte el juego para que hundieras cada vez más a la pobre cubana en la indigencia. Hoy cambias todo otra vez y vuelves a tu estado natural que es el de traicionar: resulta que la americana va a ser ahora nuevamente la que manda y no es la primera vez que sucede. Yo no sé quien confiará en ti ahora porque te mueves para donde sople el viento y pretendes que la memoria no nos alcance para recordar tus promesas de ayer. Dios proteja a los crédulos, deberías cambiarte tú también el nombre porque que te llames Revolución es un insulto a una palabra que implica cambio y que te apellides Socialista es una crueldad con una palabra de la que te has adueñado, pero que la prostituyes sin ofrecer un beneficio social palpable. Has dictado mi sentencia de muerte como el mentiroso que un día tatuó en mi piel que yo era convertible con los dólares americanos. Parece que mi nombre de convertible lo entendiste de otra manera porque ahora mismo me acabas de convertir en mierda.