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EL REGRESO DEL PAPALOTE

25 de septiembre de 2020

Ayer fui a ver “Fantasía” de Disney en el Cinecito del bulevar de San Rafael en La Habana,

a mi lado mi abuelo sonreía mirando los colores de las hipopótamas bailar

mientras me tomaba cariñosamente de la mano.

Empiné un cubanito en la hierba del Parque Lenin detrás del “Sírvase Usted” de los Galápagos,

le di mucha pita al papalote y voló bien lejos hasta que una ráfaga de viento traicionera lo liberó de mi mando

hasta llevarlo a morir de tristeza en algún viejo tejado.

Mi mente de niño siguió sin entender la lógica de despertarse a las cinco de la madrugada

para caminar con mis padres por una plaza llena de gente

gritando loas a un líder satisfecho porque era primero de mayo.

Respondí por millonésima vez “seremos como el Che” después de escuchar a un infante

que no sabe de políticas instigarnos con la frase “pioneros por el comunismo” en el patio de mi escuela.

De tanto repetidas aquellas palabras ya no tenían, incluso antes de gritarlas, ningún significado.

Vi multitudes histéricas tirar huevos, insultar y atacar a un hombre decente e inofensivo

por el simple hecho de querer irse de su país que también era el mío

y aún veo la angustia en los ojos de aquel ser desesperado.

Me repitieron mil veces que la meta del malvado imperialismo yankee era aniquilarnos,

sin embargo la propaganda era tan excesiva que me pregunté si tal vez no eran ellos los del objetivo mencionado.

Hice tres horas de cola con empujones tumultuarios para ver una película argentina

que algún falso crítico recomendó no perderse.

El filme resultó de los peores que he visto en mi vida, pero era una joya del nuevo cine Latinoamericano.

Me senté en un banco, donde tus ojos luminosos me hablaron algo distinto a tus labios,

sin alcanzarme el valor para intentar un beso furtivo y por eso todavía hoy me pregunto qué hubiese pasado.

Fui el fin de semana al cine-teatro Acapulco a sacar carcajadas de humor crítico,

reí mucho los chistes, se jugaba con la cadena, sin ser el mono molestado.

Despedí a mi amigo de juegos infantiles que se iba a una guerra de africanos

meses antes de que una mina asesina interpuesta en su camino lo destruyera a él y a una parte de mi inocencia,

dejando intacto el recuerdo del día de su despedida, cuando sonreía vestido de soldado.

Vi un bus pasarle por encima de las piernas a un joven que no merecía esa suerte y que pude ser yo,

pues todos los días de la puerta de la guagua iba colgado.

Traté de entrar en el Habana Libre a tomarme un trago en la barra y el portero cara de esbirro

me dijo que para esa diversión yo no estaba autorizado.

Escuché que ser comunista era la vanguardia orgullosa de la sociedad,

yo deseaba para mí situaciones liberadoras y no quería aquello ni prestado.

Tuve la pesadilla recurrente de correr por el Malecón, mientras la Lanchita de Regla

salía de la bahía navegando hacia el lado equivocado.

Pensaba inútilmente, cada día de mi vida, dónde encontrar el árbol del dinero,

no quería robar, ni mentir, ni chivatear y de talento artístico no estaba dotado.

Mi siglo XX terminó sin respuesta a la pregunta de “hasta cuando los sueños postergados”.

Deseaba regresar a aquel banco a esperarte sin conocerte y sintiendo que la historia esa vez sería distinta,

por las mil toneladas que aún guardaba de valor almacenado.

Anhelaba aquel beso que me debía a mí, a ti y a la vida,

un simple beso con interrogación repetida, apenas un beso de un hombre enamorado…