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DEL LIBRO «FATA MORGANA»

16 de abril de 2023

Extracto del Capítulo «GIBARA»

…El golpetazo me asusta. Carajo, el parabrisas se llena de yerbas a 120 kilómetros por hora, me quedé dormido y me salí de la carretera, del trastazo le metí una mordida al timón. Deben ser como las nueve de la mañana. Tengo suerte de que ando cerca de Camagüey y aquí el terreno es plano y me metí unos 100 metros dentro de un yerbazal con olor a rocío. Me duele un poco el cuello y tengo los incisivos flojos, pero en su sitio. Me pude haber matado. ¿Sería eso lo que busca Carlos? No, caerme por un puente o encontrarme con un camión de frente a 120 kilómetros por hora provocarían una muerte instantánea y pasaría al otro lado sin enterarme. Carlos prefiere que yo sufra, si no fuese así no jodiera tanto. Quizás lo que hizo fue salvarme y lanzarme entre la yerba.

De una casita simple muy cerca de la carretera salen cuatro personas, corren hacia mí. Son tres muchachones entre 20 y 30 años y una mujer de unos 50 malvividos, debe ser la madre. Me tocan, me preguntan, buscan sangre en mis ropas y me sacan con cuidado del carro chino. Después de todo no es tan malo el chinito. Estoy bien, de verdad, solo me molesta el cuello, no me tienen que cargar. Uno de los guajiros es Carlos, se ríe de mi desgracia, sus hermanos no me escuchan, solo tienen oídos para su madre que no para de dar órdenes. A ver señora, lo único que necesito es que me ayuden a sacar el carro del matorral. ¿No tiene un tractor por ahí? Se lo puede pedir al vecino, claro. ¿No tiene petróleo? No se preocupe que yo pongo el dinero. El olor a puerco asado me tiene mareado, ¿De dónde viene? Vaya pena que tengo con ustedes, les jodí la fiesta. Ah, la comida es por la tarde. ¿Estoy invitado? Muy amable, ahora lo que me preocupa es si el carro chino puede andar.

A las tres horas se escucha el traqueteo del tractor. Lo maneja Carlos. La sonrisa no se le quita del rostro, seguro sabe que no voy a poder llegar a Gibara. Me subo al estribo y voy con él a la gasolinera. El tractor debería estar en un museo, por lo menos lo fabricaron en los años 40. Carlos, ¿esto no camina más rápido? Vamos a regresar por la noche a la casa. Ah, a esa velocidad ahorras petróleo. ¿Puedes por favor quitar la cara de fiesta que no me hace ninguna gracia? La soga vieja se partió cuatro veces arrastrando al carro, pero lo llevamos hasta el frente de la casa. Uno de los hermanos de Carlos es mecánico, dice que el carro no tiene problemas. Lo arrancó y lo movió para delante y para atrás. Tiene un ruidito en la zona del motor, pero cuando ande unos kilómetros y suelte toda la yerba se le quita. Tremendo alivio, puedes reír todo lo que quieras Carlos, me voy para Gibara ya. Dice la madre que no, me tengo que quedar a comer y a dormir. Los problemas unen y ya soy como de la familia. Acepto porque la señora es de armas tomar, mejor no contradecirla. Ahora que la miro bien no se ve mal, un poco maltratada, pero su fuerza de carácter le otorga un atractivo especial. Por cierto, tiene una dentadura perfecta de dientes blanquísimos, cuando sonríe sale el sol.

El olor a cerdo me termina de convencer. Es mejor no tentar otra vez al destino y dormir bien y manejar de día como cualquier mortal. Mira Carlos, ya que me voy a quedar y para que no se te quite la sonrisa de la cara, vamos a buscar ron. Por el olor mentolado debe haber yerbabuena cerca, mojito seguro. Conmigo la madre exagera su papel de anfitriona, le pone más ron a mis mojitos y las mejores masas de puerco rellenan mi plato. Sus dientes blanquísimos me atraen, algo de ella me recuerda a ti que me esperas en Gibara. Tanto alcohol me tira al sofá y me duermo.

Me despierta un ronquito, el silencio domina la casa y Carlos recuesta su cabeza encima de mi hombro. Duerme con la boca abierta, parece que se carcajea. La casa está oscura y me desvelo. Mejor leo algo, pero no quiero molestar, me voy al carro que está parqueado afuera, en la guantera tengo un libro. Me acomodo en el asiento, tomo el libro en mis manos, pero no tengo tiempo de abrirlo ni de encender la luz. De la casa sale la madre sigilosa, tiene una bata de casa de dormir de tela transparente al estar usada de más y en su mano un vaso de ron. Abre la puerta del copiloto, se acomoda en el asiento y se hace la luz de dos hileras de dientes de marfil. Por favor, no quiero beber más ron, mañana tengo que manejar otro trecho bastante largo. Su respuesta es abrir más la boca, ya no hay risa porque se mete la mano entre los dientes y se saca la dentadura postiza. La pone en el vaso con agua que creí de ron y sonríe con sus encías rosadas. Parece otra mujer con 20 años menos ¿Y esto qué cosa es?, definitivamente una broma de Carlos que debe seguir muerto de risa en su sueño. No puedo quitar los ojos del vaso con la dentadura encima de la guantera del carro. El agua amortigua el brillo de los dientes. La mujer ya tiene abierta mi portañuela y agita mi pene entre sus manos antes de inclinarse con la boca abierta. Le veo las encías. Me toma de sorpresa, no puedo negarme y no me arrepiento. Sí, los dientes definitivamente molestan, a veces la solución se encuentra en renunciar y no en poseer.

Yo debí renunciar a la mujer de Carlos y no lo hice. Solo quería tener una conquista más. Soy un hijo de puta. Amanece y la madre debe de haber tomado algo para activar sus papilas gustativas porque su boca sigue húmeda. No me puedo contener y eyaculo. La mujer vuelve a sonreír, tampoco se ve tan mal sin dientes. Tremenda sorpresa me tenía preparada Carlos. ¿No es su voz la que se escucha en la casa? ¿Acaso llama a su madre? La mujer se pone nerviosa y al salir tumba el vaso de agua en la hierba. Tiene que tirarse en cuatro patas a recoger las dos partes de la dentadura antes de correr para entrar por la puerta trasera de la casa en el momento exacto en que Carlos sale al portal. Ya no ríe y me mira fijo a los ojos. Me cuestiona y por suerte no se acerca porque me vería con el pantalón por las rodillas.

Entro en la casa a despedirme, no tengo tiempo. Si Carlos se entera que su madre me hizo una felación me corta la cabeza. Adiós señores, ha sido un placer y les estoy agradecido por todo. La madre sonríe y se observan pedazos de césped verde entre los dientes blancos. Carlos la mira y me mira, le mira la boca a su madre y la mujer se relame, me mira la portañuela abierta y descubre una mancha. En sus ojos hay ira. Así mismo debió ponerse cuando se enteró que me acosté con su mujer. Me voy ahora mismo. Les grito “gracias por la hospitalidad” mientras corro hasta el carro. Las gomas chinas sacan humo debajo de
ellas, por suerte todas mis cosas están en el maletero. No estoy seguro si es Carlos quien persigue a mi carro con un machete levantado. Yo solo miro hacia adelante. Tremendo traqueteo que se escucha en la zona del motor chino….