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LA LOCURA DEL VERANO DE 1933

18 de noviembre de 2022

…Buscando una botica abierta vi a cuatro descamisados que le caían a mandarriazos al relieve en bronce de Machado en una de las puertas del Capitolio. Traté de regresar a mi casa, pero la muchedumbre me tragó. Olía a pólvora mezclada con sudor agrio y grasa de pelo. Se escuchó el grito: ¡Vamos a sacar al Mocho de su cueva presidencial! ¡Si!, respondió la multitud. El tumulto en el que me hallaba se energizó, las personas dentro de él apretaron el paso y me arrastraron al trote por el Parque Central. Se oían expresiones de júbilo y bastantes risas. Dudé si estaba en una manifestación para tumbar a Machado o en una conga. Me encontré a una negrita flaca delante y me recordé enseguida del Kid Chololate, el sudor le brillaba en la piel oscura de sus hombros descubiertos. Se movía tan ágilmente como el campeón de boxeo, aunque a veces se detenía para que me le pegara por la espalda. De vez en cuando se ponía a dar saltos, sobre todo si se escuchaba un grito de Abajo Machado. En esos saltos, y con toda intención, se dejaba caer hacia atrás para restregarme sus nalgas desde la barriga hasta los muslos. Después del segundo salto ya se me había puesto el pito como un palo. La muchachita de chocolate lo notó y comenzó a pegarse más en las pausas entre saltos. Cuando el bulto de mi pantalón se le metía entre las nalgas, ella las movía en círculos.

… Pude escapar de la turba en ese momento, pero ya la negrita me tenía loco con su meneo y me dejé arrastrar hasta el Palacio Presidencial. Entramos a la residencia del presidente de la república y la turba se dispersó. Entonces agarré a la muchacha de chocolate por la cintura para que no se me escapara. ¡Se cayó el tirano!, el grito retumbó en el salón principal y la gente comenzó a arrancar cuadros y adornos de las paredes. Se escucharon entonces dos tiros. Los asaltantes corrieron en todas direcciones y chocaban unos como carritos de feria. Me resultó imposible salir de allí. Con las nalgas de la negrita bien pegadas a mi cintura corrí escaleras arriba y cruzamos una puerta que encontramos abierta. Era un dormitorio, la llave seguía en la cerradura y cerré por dentro. La negrita se despegó. Varias prendas de vestir se hallaban en el suelo de la habitación y cerca de ellas unas gavetas vacías y rotas. Me asomé por la ventana abierta. La gritería avanzaba por la calle Zulueta en dirección al Malecón. La negrita no hizo ruido al esconderse en el escaparate pelao de ropas. Encima de la cama sin sábanas encontré un sombrero con una cinta morada, casi negra.

Escuché unos ruidos en el pasillo y corrí al escaparate donde estaba la muchacha de chocolate y le tapé la boca para que no hiciera ruido. Me encontré de nuevo con sus nalgas tersas y después que se calmaron las voces la negrita abrió sus nalgas delante de mí. Me quité el pantalón y la camisa de un tirón, le arranqué el vestido y la encajé sin preguntar. Ya estaba lubricada y entré sin oposición. Dame duro, hijo de puta, métemela cojones hasta atrás, que eso es lo que me gusta, vociferaba la negrita a le vez que le salía espuma por la boca. Tuve miedo de que nos descubrieran por el golpeteo que teníamos contra la madera y porque nos faltaba poco para hacer trizas al escaparate. La levanté entonces en vilo y me la llevé hasta la cama. Me senté en el borde del colchón y la puse mirando para la ventana abierta para que sus chillidos no se quedaran dentro del cuarto. Disfruté tanto el baile de sus nalguitas flacas y el sudor resbaloso de su piel de ébano que no escuché el regreso de los gritos en el pasillo.

La puerta se abrió de un golpe y aparecieron tres policías con pistola en mano. ¡Párate!, gritaron a coro, pero ya yo no podía parar porque estaba a punto de venirme. Los dos tiros coincidieron con mi venida. Una bala dio en el techo y otra me acarició una oreja. Antes de que el tercer policía disparara agarré el sombrero de Machado con una mano, con la otra abracé a la negrita todavía encajada y salté por la ventana. Caímos encima de unos matorrales. Me arañé todo el cuerpo, pero por suerte no me rompí ningún hueso. Los guardias se asomaron por la ventana y volvieron a disparar con mala puntería. La muchacha de chocolate se levantó de un brinco y escapó con sus nalgas al aire por la calle Cuarteles en dirección al puerto…