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…Llegamos a Varadero en nada. El día está triste, como nosotros. Las nubes no han querido darle paso al sol. Dejamos todas tus cosas en la residencia y salimos a dar una vuelta por la playa. Aunque no hay sol, Varadero siempre es Varadero. La playa siente pena y el agua del mar, gris y transparente, no desea moverse. Te abrazas a mí y me dices que, si te lo pido, te regresas conmigo a La Habana. Te digo que no con la boca y sí con los ojos, pero miro para otro lado para que no me veas. Nos quedan pocas horas juntos y tengo ganas de llorar. Debajo de un cocotero, sin nadie a kilómetros vista, me haces sentar y, sin quitarte la falda, me empujas contra el tronco y me haces el amor. Es un amor lento, con tu blusa abierta al frente, mis manos agarradas a las tuyas. Estás muy triste. Las lágrimas ruedan por tus mejillas, pero sigues y te beso, quiero quererte esta última vez. Tu cintura baila encima de mí, tú en cuclillas y yo, apenas me puedo mover. Todo es muy rápido, grito, digo tu nombre, me meto dentro de tu blusa. Sigues apretando mis manos y, temblorosos, nos abrazamos. De tus ojos se escapa un río de dolor, que crece y crece hasta que el cielo decide acompañarte y descarga toda su tristeza acumulada sobre nosotros. Cae agua y más agua y tú y yo inmóviles bajo el cocotero, como luchando contra el destino. No puedo ver nada a un metro de distancia por el agua que está cayendo. Agua por todos lados, estamos dentro del mar, respiro con dificultad. Entonces, empiezas a hacerte más suave, a descolorarte, tu pelo ya no es tan largo, ni tan crespo y tus ojos se están apagando…poco a poco te disuelves en la lluvia. En unos minutos no queda nada de ti y me veo solo debajo de la mata, empapado en agua, sin saber si es de lluvia o de llanto. Me levanto sin fuerzas y camino lentamente hacia el auto, desfallecido, derrotado, destruido, solo, sin saber qué hacer.
Incapaz de pensar, me siento y salgo manejando. A la altura del pago del peaje a la salida de Varadero pongo música en un viejo cd. Es Phill Collins, cantando “Against all odds”. Escucho la canción y, pensativo, medito un instante. No puedo evitar ponerla otra vez, y otra y otra y otra, así treinta veces seguidas: