…Diego Velázquez hacía rato que buscaba un lugar donde fundar la villa de San Cristóbal de La Habana, dicen que en homenaje al cacique Habaguanex, pero realmente a quien él quería impresionar era a una de sus hijas de nombre Guanabanax, que no parecía taína, sino africana, por el ancho de las caderas y el olor a mujer en celo que dejaba por donde pasaba y que enloquecía al Capitán General de entonces.
Velázquez gustaba de pasear todas las mañanas por la ceiba más frondosa de la Bahía de Carenas y aquel día de noviembre de mil quinientos diecinueve el frío le hizo apurar el paso. Quería calentarse observando de cerca a la hija del cacique que de ropa solo traía además de una tirita de tela en el pubis, un cesto de frutas en la mano.
Los mangos le colgaban de la cesta y las chirimoyas saltaban a cada paso de la taína. Ella no sabía todavía de vender frutas y se las regalaba a quien se las pidiera.
No se sabe si fue accidental o fue una treta de la india camajana, pero estando Velázquez a menos de dos metros, de un hueco de la cesta salieron dos mangos, una papaya y un mamey colora’o. La india se agachó a recoger lo perdido y con toda intención apuntó con el final de su espalda a Velázquez. El Capitán General no le voló el Maine porque todavía faltaban varios siglos para que el barco atracara en esa misma bahía. La debilidad de Don Diego por el mamey colorao se destapó cuando la fruta se abrió delante de sus ojos. El desespero le jugó una mala pasada y se le trabó una visagra de la armadura. Cuando quedó desnudo, el mamey se escondía detrás del tronco de la ceiba y tuvo que correr entre las raices de la ceiba para imaugurar el primer intercambio cultural a la cubana.
Los amantes llamaron aquel lugar como el Templete, pues otro nombre no podía tener. El cura que oficiaría la misa de fundación de la villa de San Cristóbal de La Habana por la tarde y primer rascabuchador cubano documentado, los observaba trepado en la ceiba. La mano derecha le temblaba dentro de la sotana cuando bajó del arbol para incorporarse a la fiesta, pero fue rechazado para la suerte del nombre actual porque hubiese sido entonces el Triplete en vez del Templete.
La villa de San Cristóbal de La Habana se fundó ese mismo día por la tarde a la sombra de la misma ceiba. Dos soldados de la tropa se fracturaron la cadera al resbalar con él líquido vizcoso que cubría las raíces del árbol. A pesar de los heridos, la ceremonia resultó un éxito por la emoción del cura en la misa y al que todos echaron la culpa del líquido baboso porque el sabía exactamente dónde poner el pie.
Diego y la frutera se siguieron viendo todos los amaneceres ante la mirada de la ceiba y del cura que no se perdía una función trepado en el árbol. Meses más tarde, Guanabanax, molesta por su condición de amante y sin opciones de mudanza a la casa del Capitán General, exigió un hogar digno de su condición. La taína no soportaba que en el batey la miraran con los ojos revira’os de la envidia. Guanabanax se había aburrido del frescor del bohío y le molestaba hacer la cola de los indios para la mazorca de maíz que enviaba el rey desde el otro lado del mar, porque los conquistadores y los indios se habían vuelto adictos al relajo y ni maiz producían.
Guanabanax sabía que cuando Don Diego se sumergía en el mamey le prometía lo que ella le pidiera. En uno de esos estados de semiinconsciencia del español la india le exigió construirle una hogar a la sombra de la ceiba. La casa se llamaría el Templete, porque no encontraron mejor nombre que ponerle.
A la pobre taína le habían echado mal de ojo pues en el trópico la envidia se alimenta de felicidad ajena. Levantaba ronchas que el señor Velázquez se comiera la mejor de las frutas de gratis, sin pagar impuestos ni hacer colas. Algunos consejeros celosos de Don Diego, entre ellos el masturbador cura que en ese orden era que desempeñaba sus funciones, habían enviado varios anónimos al Rey de España. En esas cartas se quejaban de malos manejos y desvíos de recursos del Capitán General.
El monarca ignoraba que los malos manejos, ya existentes antes de la llegada del Gran Almirante, serían heredados por los siguientes gobernantes por los siglos de los siglos. Todavía hoy el manejo en Cuba, a pesar del poco tráfico que existe, es un caos.
El decreto real no se hizo esperar y, acusado de dejarse tentar por las mieles del poder, Don Diego fue montado en un barco de vuelta a Madrid. La pobre taína se quedó entonces sin Diego, sin casa y sin Templete.
Siglos después terminaron el edificio que comenzó a construir Diego Velázquez. En homenaje oficial a la fundación de la villa, pero en homenaje oculto a los amantes, cada dieciséis de noviembre se le da la vuelta a la ceiba y se pide un deseo. Si se aguzan los oídos ese día, se puede escuchar el rozar de cuerpos desnudos entre gemidos de placer en taíno mezclados con “hostia, qué sabroso está este mamey”.