Diario alegre de un cubano en Alemania
Hoy tengo mi primera entrevista de trabajo. El traje y la corbata me los regaló Julio, el saco me queda algo apretado y apenas puedo mover los brazos, pero es importante causar una buena impresión. El espíritu burlón se rasca la barba mientras camina de un lado a otro de la sala como un tigre enjaulado. Reviso la combinación de trenes en la computadora y decido salir antes para comprar los tickets y tener tiempo por si ocurre un imprevisto.
Olvidé ponerme un gorro y hay temperaturas bajo cero, pero si regreso a buscarlo se me puede hacer tarde. Mis orejas se convierten en dos pedazos de hielo pegados a los lados de mi cabeza. Debo tomar el tren, contar siete paradas, bajarme en Ludwigshafen y caminar unas 12 cuadras hasta la empresa donde tengo la cita. Soplo por gusto mis manos heladas, también olvidé los guantes. Me demoro muchísimo para comprar el ticket en la máquina automática. Cuesta entender las palabras en alemán y al final me entero que era posible escoger el idioma español.
Guau, guau, guau, guau, guau, guau, guaaaaaau, …
Pita el tren. El suspiro neumático se escucha en todo el andén. El maquinista saca la cabeza por una ventana y grita unas palabras que no entiendo, me acerco e intento leerle los labios.
Pasajeros a bordo, se va el tren con destino a Songo y La Maya, tenemos combustible para ida y vuelta. Está fallando este tren compay…
Se abren las puertas y el calor me invita a entrar. De un salto me salvo de la hipotermia. Que bien se está dentro del tren. La sangre vuelve a circular por mis orejas y mis manos dejan de estar entumecidas. Subo al segundo piso del vagón de dos niveles y me acomodo en un asiento de felpa azul. Soy el capitán de una nave espacial vacía. En Cuba hubieran cancelado el viaje por falta de personal que transportar. Miro hacia afuera y me doy de cuentas que el tren avanza porque se mueve el paisaje. El tipo que sacó la cabeza por la ventana sigue hablando su jeringonza por los altoparlantes. Loco, deja de hablar mierda y canta algo, le grito. Me imagino que me hace caso.
Pico y pala, pico y pala, pico y pala, compañero, pico y pala, pico y pala, pico y pala, soy central…
Me molesta no entender y me hago el dormido para que el maquinista que habla se calle, pero no logro. Nos detenemos en una parada intermedia, me quedan dos para bajarme. Una muchacha envuelta en un abrigo larguísimo se sienta frente a mí. Guten Tag, me saluda. Tiene el pelo rubio muy fino y escaso y los ojos color miel le endulzan la mirada. Luce atractiva hasta que sonríe y descubro que en la boca le sobran un montón de dientes, eso sí, son tan blancos que le quitan las ganas de extraérselos a cualquier dentista. Ni por dinero dejaría que me la mamara, aunque pensándolo bien, por más de 100 euros me arriesgo. Le respondo sus buenos días y recuerdo que no se debe confundir la amabilidad alemana con un “y qué tal si me la metes”. No le hablo y ella me mira. ¿Tendré un mono pintado en la cara?
Llega mi parada, me despido de Sacoedientes con ganas de aconsejarle que en boca cerrada no entran moscas, pero no sé cómo se dice mosca en alemán y no tengo tiempo de buscarlo en el diccionario. Salgo del tren y el frío me agarra por el cuello para ahorcarme. Sacoedientes me dice adiós a través del cristal. Me pregunto si estará buena, pero su cuerpo tengo que imaginarlo porque debajo del abrigo que parece sotana de monje lo mismo me encuentro a Marilyn Monroe que a Monserrat Caballé. En Cuba bastaba una mirada, aquí hay que esperar al verano. El tren se aleja y Sacoedientes agita su mano con desespero. Yo diría que está excitada y a punto del orgasmo.
Pu, pu, chan, chan, pu, pu, chan, chan. Locomotora, ¿dónde tú vas? Yo voy a cuatro caminos, Songo, La Maya y viro pa´ tras…
¿Qué hago yo todavía parado en el andén?, la oportunidad con Sacoedientes ya la perdí. Cubano, despierta y corre que llegamos tarde a la entrevista, me digo. Pongo la velocidad máxima y en las curvas pego la oreja congelada al suelo. Llego cinco minutos antes y me detengo a recuperarme de la agitación. Parece mentira, pero a pesar del frío tengo la espalda sudada. Un hilo de sudor se me cuela entre las nalgas. Espero que no se manche el pantalón. Es la hora exacta y toco botón del timbre.
Guau, guau, guau, guau, guau, guau, guaaaaaau, …
Me recibe un calvo muy amable, si yo no tuviese un pelo en la cabeza nunca olvidaría el gorro para el frío pues se me congelaban las ideas. Me ofrece un café, con leche y azúcar, también galletitas con crema en el medio. Ya hoy no tengo que almorzar. Mi entrevistador quiere que le hable en alemán, algo podré decir, por lo menos mi nombre, que soy cubano y poco más. Dice el calvito que hablo muy bien para llevar dos meses aquí. Necesita un ingeniero de diseño de válvulas y eso lo supe por las paredes decoradas con planos de válvulas. Válvula se dice Ventil en alemán porque lo leí en un cartel, sin embargo, no tengo ni idea de cómo se dice tuerca. De válvulas lo único que he hecho es abrir y cerrar las pilas del agua. Yo aprendo rápido, digo. ¿De verdad?, me reta el calvito y me quedo sin opción de cambiar de opinión. El pelón sale entonces del salón de reunión y regresa luego con un libro de por lo menos 600 páginas. Esta es la biblia de las válvulas, me dice en inglés para asegurarse que lo entiendo, tienes dos semanas para estudiarlo. Cuando termines hacemos otra cita. ¿Ok?, el calvo se ríe como un niño que acaba de hacer una maldad. Claro que sí, le respondo, vas a ver de lo que es capaz un cubano, calvito jodedor, pienso. Tomo el libro con dos maños y lo meto en mi mochila. La cabrona biblia de las válvulas pesa como bloque de cemento. Me despido del calvo con un apretón de manos.
Tengo mucho que estudiar, pero estoy contento. Existe un rayo de esperanza de que pueda conseguir trabajo y a eso me agarro. Nadie dijo que sería fácil. En la estación de trenes me siento en un banco, el libro me pesa, los pies me pesan y el frío me molesta más que la pasta de sudor seco entre las nalgas. Si aplico la lógica y las mujeres muy amables no pretenden acostarse conmigo, los empleadores gentiles no necesariamente me van a contratar. Yo pensé que el fingir era sólo de Cuba. Allí gritaba viva la revolución en una reunión del sindicato y en silencio me cagaba en la madre de Fidel Castro. Por cierto, en alemán tuerca se dice Mutter, que en español se traduce literalmente como madre. Me cago entonces en la tuerca de Fidel Castro y aquí sí lo puedo gritar.
Hallo, escucho una voz conocida a mis espaldas, me giro y me encuentro a Sacoedientes con la boca cerrada. Ahora Tiene un abrigo corto y le veo las piernas. Con esas pantorrillas puedo apostar a que tiene un buen culo. Ich bin kubaner (soy cubano), le digo. Ah, Cuban, hot, very hot. Le digo mi nombre, pero el silbato del tren impide que lo escuche.
Guau, guau, guau, guau, guau, guau, guaaaaaau, …
Quiero también asegurarle que regreso en dos semanas con un doctorado de válvulas industriales y un trabajo nuevo, pero mi tren está a punto de partir. ¿Y si lo dejo ir y tomo el siguiente?, pienso, pero el espíritu burlón se asoma por una puerta abierta y me grita.
Que tú haces en el andén, sube que te deja el tren, sube que te deja el tren, sube que te deja el tren…
Corro, Sacoedientes corre tras de mí y me entrega un papel, subo al tren y le digo adiós. Leo Anna Karenina y un número de teléfono. La muchacha también es jodedora. Me tiro en un asiento y el espíritu burlón mete la mano dentro de la mochila. Intenta sacar la biblia de las válvulas, pero la suelta enseguida al tomarle el peso. Se ríe. El maquinista canta por los altoparlantes.
Sube que te deja el tren, sube que te deja el tren, sube que te deja el tren, Guau, guau, guau, guau, guau, guau, guaaaaaau, …
CONTINUARÁ…