Diario alegre de un cubano en Alemania
Releo todas las ofertas de empleo que imprimí en el edificio del Ministerio de Trabajo. Entre ellas encuentro el billete que me metió en el bolsillo la mujer gata. En el borde de los cinco euros está escrito con lápiz su nombre y un número telefónico. Se llama Karola con K.
A ti te gusta mucho Carola, el son de altura, con sabrosura, bailarlo a solas. Lo mismo a prisa que despacito…
Marco su número al teléfono, pero corto la llamada sin esperar una respuesta. Ay Karola, no puedo hablarte en español, no me entenderías ni el hola. Mucho menos se me ocurriría pedirle a mi esposa que me ayude en la comunicación. Toca joderse por el momento hasta que aprenda alemán. Debo tomar las cosas con calma, suavecito.
… cuando lo bailas con tu chiquito, contenta dices: suavecito, suavecito.
Suavecito se fue mi esposa a Hamburg, antes de irse insistió con la matraca de que encontrase trabajo lo más pronto posible. Tuve ganas de cagarme en su madre y de pedirle el divorcio, pero me contuve y muy suavecito inhalé y exhalé profundamente una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, … hasta 20 veces. Cuando terminé ya Kristine Marie no estaba. El número 20 en la bolita es tibor, orinal o gato fino, cualquiera de las tres cosas, pero si puedo escoger que sea una gata fina.
Ay suave suavecito, nena que te quiero más, suavecito, suavecito, un meneíto suave pa gustarte así…
Regreso con calma a revisar las ofertas laborales. Hago la primera criba y elimino las que exigen dominar el idioma alemán. De las 50 quedan 20. Otra vez el 20, algo tiene ese número. Si estuviera en Cuba le jugaría 20 pesos fijo al 20. Todavía no conozco a ningún bolitero en Heidelberg para jugar 20 euros. Escribo un email a mis amigos en Cuba y les pido que le apuesten al 20, ganancia segura. También por email, pero en inglés, envío mi curriculum a cada una de las empresas que había escogido antes. Termino agotado, pero salgo a tomar un poco de aire frío y a buscar un diccionario que sea español-alemán y alemán-español, por los dos lados. En la esquina de mi calle encuentro a una gata. La felina me mira fijamente. Imagino que es fina porque no está sucia y es hembra por la sensualidad de los lenguazos que se da por todo el brazo.
Suavecito, suavecito…
Vamos Karola, le digo al cruzármela. La gata reconoce su nombre y me sigue. Un kilómetro más tarde me detengo a observar el Río Neckar. En esa zona las aguas tienen dos niveles de poco más de un metro de diferencia. Pegado a una de las orillas hay unas compuertas que permiten transportar los barcos de un nivel al otro. Un bote cargado de cajas desciende al nivel más bajo mientras el agua sale de las compuertas al ritmo de la canción.
Suavecito, suavecito. Una linda sevillana le dice a su maridito, me vuelvo loca chiquito por la música cubana, suavecito, suavecito…
La gata, a mi lado, se lengüetea el brazo como si fuese una chambelona. Lo hace en cámara lenta, suavecito. El barco ya salió de las compuertas y se aleja río abajo. Me adentro en las callejuelas peatonales de Heidelberg en busca de mi diccionario. A media cuadra encuentro un local muy parecido a una librería de la calle Obispo donde vendían libros en varios idiomas y de cuyo nombre no puedo acordarme. Abro la puerta y me sorprende el sonido de una campanita. En la librería del bulevar de Obispo no había campanita. Busco los estantes de los diccionarios y el color amarillo los delata. Allí está un Langenscheidt español-alemán y alemán-español de bolsillo. Cuesta cinco euros. Camino hasta el final de la cola para pagar. Es bastante larga y avanza muy despacio. Cuento las personas que tengo delante: son 20. No puedo verle el rostro a la cajera, que es muy lenta. Ella también escucha la voz de Ignacio Piñeiro.
Suavecito, suavecito. Ay mi negrita linda vamono´ a gozar, ay suavecito mami, despacito así, que rico tata, pero que rico así. suavecito, suavecito
Pasan 20 minutos y …no puedo creer lo que ven mis ojos. Ahora solo tengo dos personas delante y descubro que la cajera es Karola, la que metió los cinco euros en mi bolsillo. Todo está entrelazado, la canción de Ignacio Piñeiro, los cinco euros, el número 20 y Karola que es gata y mujer a la vez. Llega mi turno. Pongo el diccionario encima del mostrador. Hola Karola, ¿cómo estás?, le hablo en español y le pago con los mismos cinco euros que me dio hace unos días. Ella sonríe, toma su dinero y me dice algo que no entiendo. Me imagino que quiere que la llame porque se acerca el dedo meñique a la boca y el pulgar a la oreja. Antes de poder responderle que sí, la vieja que tengo detrás me saca de la fila con un empujón y se pone a maldecir como si yo la hubiese ofendido. ¿Cuál es el apuro señora? ¿Por qué me empujó?, protesto en español y la vieja se caga en mis muertos, o eso creo, mientras paga sin mirarme a la cara. Pobre vieja, debe estar molesta consigo misma. Karola se ríe, mueve su mano en señal de despedida, suavecito. Poco le falta para lamerse el brazo cuando le pasa cerca de la boca. Salgo a la calle y la campanita vuelve a sonar. Por lo menos sé dónde puedo encontrar a la mujer gata y este diccionario me va a enseñar a decir “Mami que linda eres” en alemán. De regreso las compuertas del río se abren para dejar entrar a otro barco. La gata se restriega entre mis piernas y mientras cae la noche y la oscuridad se traga los colores de Heidelberg, Karola retoma sus lenguazos por su brazo con toda la calma del mundo, suavecito.
El son es lo mas sublime para el alma divertir, se debiera de morir quien por bueno no lo estime, suavecito, suavecito…
Paso la noche aprendiendo algunas frases. Hallo es Hola y Wie gehts significa cómo estás. Es medianoche y no tengo sueño porque son las seis de la tarde en Cuba. Prendo la TV y me entretengo con la película. No comprendo los diálogos, pero tampoco hace falta porque es un filme erótico y la entonación del “Ay papi que rico” suena más o menos igual en todos los idiomas. Un gemido entra por la ventana y al asomarme distingo a Karola en el tejado del vecino. Ya no sé si su forma original es de una gata o de una mujer adicta a lamer lo que le pongan delante. Que empiece por su brazo y luego siga lamiendo, suavecito. Agarro el teléfono, repito el último número marcado. Hallo, hallo, Wie gehts, digo lo único que sé en alemán y la voz me sale quebrada. Se escucha un Mmmm como respuesta y en español confieso mi desespero. La respiración que escucho del otro lado se mezcla con la mía, las dos respiraciones se agitan, Karola lame, mis manos tiemblan, suavecito, suavecito.
Suavecito, suavecito, suavecito es como me gusta a mí, suavecito, suavecito…
continuará…