Diario alegre de un cubano en Alemania.
Hace tres días que no para de nevar. Es viernes y tengo que salir a respirar, me ahogo dentro de la casa. Ya va siendo hora de acostumbrarme a andar como un esquimal porque el lunes regresa mi esposa alemana e iremos a sacar el permiso de trabajo y a inscribirme en el registro de direcciones. Con tantos gorros, botas, guantes, enguatadas y abrigos casi no me puedo mover.
Camino hasta una plaza vacía y blanca de la nieve. En el trayecto le digo Guten Tag a todo el que se me cruza porque tengo que aplicar la única frase que sé en alemán. Parece que los saludados entendieron e hicieron gestos amables. Seguro me confundieron con algún conocido porque debajo de este disfraz de oso polar puedo ser hasta el presidente de Alemania. El frío se cuela por la nariz, llega a los pulmones y se expande por mi cuerpo. Estoy temblando. Tengo que hacer algo para calentarme.
Químbara cumbara cumba quim bambá, Químbara cumbara cumba quim bambá, Eh mamá, Ehe mamá…
Es una buena idea cantar y bailar. Funciona. La sangre comienza a circular rápido por mis venas y tengo mejor ánimo. Si resbalo en el hielo mi culo congelado se va a partir en mil pedazos. En la Plaza del Mercado de Neustadt an der Weinstraße, en el estado alemán de Rheinland Pfalz hay un loco bailando en la plaza central y ese loco soy yo.
La rumba me está llamando, bongó dile que ya voy. Que se espere un momentico mientras canto un guaguancó...
Tres niños de unos 12 años que hacían un muñeco de nieve se acercan. Se ríen de mí y yo me divierto de tan solo escuchar sus carcajadas. No entiendo una palabra de lo que dicen. Son definitivamente alemanes porque intentan bailar la rumba, pero tienen los troncos soldados a las cinturas y solo mueven las manos como si fuesen muñecones de carnaval. Los miro y alzo la voz para comprobar si su falta de ritmo se debe a que no me escuchan bien.
Dile que no es un desprecio, pues vive en mi corazón. Mi vida, es tan solo eso, rumba buena y guaguancó. Eh mamá, Ehe mamá… Químbara cumbara cumba quim bambá, Químbara cumbara cumba quim bambá, Eh mamá, Ehe mamá…
Los niños se cansan de la rumba mal bailada y me arrastran con ellos al bosque. Imagino que quieren presentarme a la Caperucita Roja, pero en su lugar nos encontramos a un venado que ni se asusta cuando le pasamos por el lado. Quizas se piensa que somos algún animal del bosque. La nieve mezclada con hojas secas cruje bajo mis pies y hace el sonido de una frazada nueva cuando se exprime. Caminamos loma arriba, resbalo varias veces y llego a la cima sin aliento. Estoy congelado otra vez, sin aire para cantar ni fuerzas para bailar. Los árboles se acaban en la cima de la montaña. La pendiente pronunciada se llena de nieve y por las marcas deduzco que hubo mucho tráfico de trineos. Mis nuevos amigos me sientan en un salvavidas naranja que no debería llamarse salvavidas, sino matavidas porque quien se lance loma abajo en él, se hace puré con nieve. ¿Qué hacen estos locos y qué hago yo que me dejo guiar por ellos?
Ay, si quieres gozar, si quieres bailar, Químbara cumbara cumba quim bambá, Químbara cumbara cumba quim bambá,…
Quisiera estar bailando en la plaza, pero estoy encima del matavidas naranja y los niños me empujan loma abajo. La velocidad es divertida y esto va que jode. Descubro la importancia de hablar alemán en alemania pues quise preguntar cómo se para el matavidas y no pude. Ahora es tarde. En medio de la pendiente hay una rampita que no puedo evitar, la tomo a más de 100 kilómetros por hora y hago un vuelo al aire libre. Todo lo que sube tiene que bajar, pienso y aprendo a las malas el sistema de frenaje. Después del golpetazo en la nieve se deben abrir los brazos y las piernas para no seguir rodando. El matavidas se desinfla del trastazo y mi culo se ha hecho trizas. Escucho las carcajadas desde lo alto de la loma. Les digo adiós y en español con acento cubano me cago en sus madres alemanas, pero ellos no me entienden y mueven las manos alegres en señal de despedida. Lo que queda de mí se arrastra hasta la casa. En vez de tener el hueso de la alegría destrozado debería estar en una playa, sin camisa y pescando guajacones o con las patas metidas en el mar caliente como una sopa.
¿Dónde tú estabas metido?, me dice Julio, allá afuera hay menos cinco grados. Me sonrío y el coxis casi fracturado protesta. No sé si la música que escucho sucede en mi cabeza o resuena a todo volumen dentro de la casa de Julio.
Ay, lo baila Teresa, lo baila Juanito, Químbara cumbara cumba quim bambá, Químbara cumbara cumba quim bambá, Químbara cumbara cumba quim bambá, Químbara cumbara cumba quim bambá,…
continuará…